Como ya dije, después de acabar la carrera de Derecho y el master, me aventuré, sin demasiado éxito, al duro mundo de la abogacía, una fase de mi vida con la que no estoy demasiado contento y de la que me alegro de haber salido, aunque procuro mirar hacia delante, que si me pongo a mirar atrás en el tiempo me deprimo bastante. No obstante, es cierto que de mi efímera carrera como letrado conservo algunas anécdotas, divertidas unas, patéticas otras, que creo que son dignas de contar, así que poco a poco iré compartiendo mis batallitas pasadas con los lectores de este blog.
Capítulo 1: Génesis
Debería remontarme para esto a mis ya lejanos 18 años, cuando cursaba el ya extinto COU (supongo que equivalente a lo que ahora es 2º de bachiller) y me formulaba constantemente las 2 preguntas que casi todo estudiante de instituto se hace a sí mismo: "¿en qué bar me emborracharé este sábado?" y "¿qué voy a hacer con mi vida?"
Nunca fui una persona con la vocación muy clara, me gustaba estudiar, no se me daba mal, pero no tenía nada claro qué carrera escoger. Hasta COU la cosa era simple, ibas por inercia, avanzabas, y aunque es cierto que había que elegir entre las mal llamadas "ciencias" o "letras" (cuánto daño ha hecho esta ridícula y falaz separación) uno no es consciente, y al final acaba eligiendo la ruta en la que están las asignaturas que prefiere.
Llegado el momento de elegir la carrera, mi padre me sugirió que Derecho era una buena posibilidad, y como yo realmente no tenía ni idea de qué quería hacer, y además la facultad de Derecho me pillaba a 15 minutos de casa, acepté su consejo y me matriculé en Derecho.
En la universidad fui un estudiante del montón, ni muy bueno ni muy malo, tuve momentos de gloria, como aprobar a la primera un examen del mítico Beobide (que no es tan fiero como lo pintan) y de no tanta gloria, como llegar a la 6ª convocatoria de alguna asignatura. En fin, supongo que una consecuencia lógica de haber aplicado durante demasiado tiempo la Ley del mínimo esfuerzo.
Deambulé por la carrera hasta que, finalmente, logré licenciarme, y volvían las dudas de 6 años atrás (bueno, la de emborracharme no, ya que por aquel entonces tuve mi temporada abstemia) respecto a qué cojones hacer con mi vida. Estaba igual que 6 años antes, pero con un título en el bolsillo y más barba.
Entonces vino a mi mente la Escuela de Práctica Jurídica, el master en abogacía, que, habiendo estudiado Derecho, me parecía la salida natural.
Así, me matriculé en el citado master, en su modalidad de euskera, y lo cierto es que me gustó bastante, la materia era apasionante y me sentí muy motivado e ilusionado, más incluso que en la universidad. Supongo que porque veía que podía tener futuro como abogado.
Capítulo 1: Génesis
Debería remontarme para esto a mis ya lejanos 18 años, cuando cursaba el ya extinto COU (supongo que equivalente a lo que ahora es 2º de bachiller) y me formulaba constantemente las 2 preguntas que casi todo estudiante de instituto se hace a sí mismo: "¿en qué bar me emborracharé este sábado?" y "¿qué voy a hacer con mi vida?"
Nunca fui una persona con la vocación muy clara, me gustaba estudiar, no se me daba mal, pero no tenía nada claro qué carrera escoger. Hasta COU la cosa era simple, ibas por inercia, avanzabas, y aunque es cierto que había que elegir entre las mal llamadas "ciencias" o "letras" (cuánto daño ha hecho esta ridícula y falaz separación) uno no es consciente, y al final acaba eligiendo la ruta en la que están las asignaturas que prefiere.
Llegado el momento de elegir la carrera, mi padre me sugirió que Derecho era una buena posibilidad, y como yo realmente no tenía ni idea de qué quería hacer, y además la facultad de Derecho me pillaba a 15 minutos de casa, acepté su consejo y me matriculé en Derecho.
En la universidad fui un estudiante del montón, ni muy bueno ni muy malo, tuve momentos de gloria, como aprobar a la primera un examen del mítico Beobide (que no es tan fiero como lo pintan) y de no tanta gloria, como llegar a la 6ª convocatoria de alguna asignatura. En fin, supongo que una consecuencia lógica de haber aplicado durante demasiado tiempo la Ley del mínimo esfuerzo.
Deambulé por la carrera hasta que, finalmente, logré licenciarme, y volvían las dudas de 6 años atrás (bueno, la de emborracharme no, ya que por aquel entonces tuve mi temporada abstemia) respecto a qué cojones hacer con mi vida. Estaba igual que 6 años antes, pero con un título en el bolsillo y más barba.
Entonces vino a mi mente la Escuela de Práctica Jurídica, el master en abogacía, que, habiendo estudiado Derecho, me parecía la salida natural.
Así, me matriculé en el citado master, en su modalidad de euskera, y lo cierto es que me gustó bastante, la materia era apasionante y me sentí muy motivado e ilusionado, más incluso que en la universidad. Supongo que porque veía que podía tener futuro como abogado.
Obviamente no era así, pero ya he contado suficiente por hoy. Próximo capítulo: El master.
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