Animal aleatorio que no tiene que ver con el nombre de ningún restaurante
Nos remontamos a finales de 2004, cuando yo todavía no estaba colegiado y realizaba mis prácticas en el despacho de D. Giuseppe, cuando recibí la llamada de mis clientes, que me contaron que habían arrendado un material a un restaurante, y los dueños del restaurante se negaban a pagar los más de 500 euros que debían. La cosa estaba complicada, ya que mis clientes, en una combinación de inexperiencia y buena fe, habían alquilado el material sin formalizar ningún tipo de contrato ni fianza, y aunque afortunadamente el material sí lo tenían, el dinero no estaba en su caja, que es donde debía estar.
No obstante, siguiendo consejos de D. Giuseppe, procedimos a interponer una demanda, ya que al ser una cantidad pequeña no se generarían costas procesales (gane quien gane cada uno paga sus gastos) y lo peor que podía pasar era que el juez dijera que no.
Es lo que se conoce como Procedimiento Monitorio (una herramienta francament útil durante mi periodo como abogado), que se utiliza solo para casos de menos de 900 euros, pero que tiene la ventaja de no necesitar abogado y procurador, no devengar, salvo excepciones, costas procesales y su especial sencillez. En el monitorio, una vez interpuesta la demanda, si el demandado dice expresamente que se opone, se va a juicio (caso de Dña. Gregoria) pero si no, se da por ganador al demandante.
En el caso que nos ocupa, los dueños del restaurante no se molestaron siquiera en responder a la demanda, lo cual nos convertía automáticamente en ganadores de la contienda, pero con eso no bastaba, y una cosa es tener un papelote en el que un juez diga que te deben 500 euros y otra tener los 500 euros.
Tanta pasividad por parte del restaurante nos parecía muy sospechosa, y ya nos temíamos que fueran a declararse insolventes, pero para nuestra sospresa, cuando iniciamos el procedimiento de ejecución (básicamente, el juzgado pregunta a los bancos cuánto dinero tiene el deudor, y les manda apartar esa cantidad) resultó que tenían dinero. No los 500 euros, pero sí una parte importante de los mismos, dinero que acabó en manos de mis clientes.
Por fortuna, unos meses más tarde, casi un año, decidimos probar suerte y volver a intentar ejecutar, la parte que faltaba, y resultó que ¡bingo! los muy membrillos habían vuelto a meter dinero en el banco, y aunque era otra entidad, no hay nada que Mamá Hacienda no sepa, y el dinero volvió a su sitio. Y con intereses.
Pero lo mejor de todo, y ahí reconozco que le eché bastante cara, fue cuando decidimos intentar ejecutar las costas. Como ya he dicho, en un procedimiento de estas características no se generan costas, con lo que en ningú caso tenían los demandados que hacerse cargo de mis honorarios.
Pero es lo que tiene la frase "y si cuela, cuela", que a veces cuela. Y en efecto, coló. Intentamos meter mi factura como gasto procesal y por alguna extraña razón al juez se le fue la olla y contra toda lógica jurídica y pasandose la ley por debajo de la toga, lo estimó, con lo que los dueños del restaurante acabaron pagando el alquiler, el interés de año y medio y mis honorarios. Puede que hubiera un poco de mala fe por mi parte, pero ellos obraron de mala fe desde el principio y se lo tenían bien merecido, por jetas y por huevones.
Al final todo salió a pedir de boca, aunque esta historia contiene uno de los elementos que me hizo huir de esta profesión, pues desde que se debió pagar hasta que se cobró el último euro, pasaron más de 2 años.
Capítulo IX: El caso del Restaurante
No todo en mi efímera carrera de abogado fueron desastres y miserias, y he de reconocer que hubo momentos buenos, o incluso gloriosos, de esos que animan a seguir en la profesión, como el que paso a relatar ahora:
Nos remontamos a finales de 2004, cuando yo todavía no estaba colegiado y realizaba mis prácticas en el despacho de D. Giuseppe, cuando recibí la llamada de mis clientes, que me contaron que habían arrendado un material a un restaurante, y los dueños del restaurante se negaban a pagar los más de 500 euros que debían. La cosa estaba complicada, ya que mis clientes, en una combinación de inexperiencia y buena fe, habían alquilado el material sin formalizar ningún tipo de contrato ni fianza, y aunque afortunadamente el material sí lo tenían, el dinero no estaba en su caja, que es donde debía estar.
No obstante, siguiendo consejos de D. Giuseppe, procedimos a interponer una demanda, ya que al ser una cantidad pequeña no se generarían costas procesales (gane quien gane cada uno paga sus gastos) y lo peor que podía pasar era que el juez dijera que no.
Es lo que se conoce como Procedimiento Monitorio (una herramienta francament útil durante mi periodo como abogado), que se utiliza solo para casos de menos de 900 euros, pero que tiene la ventaja de no necesitar abogado y procurador, no devengar, salvo excepciones, costas procesales y su especial sencillez. En el monitorio, una vez interpuesta la demanda, si el demandado dice expresamente que se opone, se va a juicio (caso de Dña. Gregoria) pero si no, se da por ganador al demandante.
En el caso que nos ocupa, los dueños del restaurante no se molestaron siquiera en responder a la demanda, lo cual nos convertía automáticamente en ganadores de la contienda, pero con eso no bastaba, y una cosa es tener un papelote en el que un juez diga que te deben 500 euros y otra tener los 500 euros.
Tanta pasividad por parte del restaurante nos parecía muy sospechosa, y ya nos temíamos que fueran a declararse insolventes, pero para nuestra sospresa, cuando iniciamos el procedimiento de ejecución (básicamente, el juzgado pregunta a los bancos cuánto dinero tiene el deudor, y les manda apartar esa cantidad) resultó que tenían dinero. No los 500 euros, pero sí una parte importante de los mismos, dinero que acabó en manos de mis clientes.
Por fortuna, unos meses más tarde, casi un año, decidimos probar suerte y volver a intentar ejecutar, la parte que faltaba, y resultó que ¡bingo! los muy membrillos habían vuelto a meter dinero en el banco, y aunque era otra entidad, no hay nada que Mamá Hacienda no sepa, y el dinero volvió a su sitio. Y con intereses.
Pero lo mejor de todo, y ahí reconozco que le eché bastante cara, fue cuando decidimos intentar ejecutar las costas. Como ya he dicho, en un procedimiento de estas características no se generan costas, con lo que en ningú caso tenían los demandados que hacerse cargo de mis honorarios.
Pero es lo que tiene la frase "y si cuela, cuela", que a veces cuela. Y en efecto, coló. Intentamos meter mi factura como gasto procesal y por alguna extraña razón al juez se le fue la olla y contra toda lógica jurídica y pasandose la ley por debajo de la toga, lo estimó, con lo que los dueños del restaurante acabaron pagando el alquiler, el interés de año y medio y mis honorarios. Puede que hubiera un poco de mala fe por mi parte, pero ellos obraron de mala fe desde el principio y se lo tenían bien merecido, por jetas y por huevones.
Al final todo salió a pedir de boca, aunque esta historia contiene uno de los elementos que me hizo huir de esta profesión, pues desde que se debió pagar hasta que se cobró el último euro, pasaron más de 2 años.
Me encantan tus historias de abogados, me gusta como las cuentas, se hacen muy agradables de leer y se entiende todo muy bien
ResponderEliminarUna pena que el mundo haya perdido un abogado como tú. De esos que chupan la sangre hasta que no queda gota, jejejeje. La verdad es que los señores estos del restaurante se lo tenían más que merecido, aprovecharse de la gente de esa manera es lo peor que hay, y encima, a mí, que me pilla el caso de cerca, pues como que me alegro cantidad que al final soltasen la mosca hasta que no les quedase un duro. Por mamones.
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