Capítulo X: El caso del ordenador portátil
El capítulo X habría sido más apropiado que tratara sobra algún tema de índole sexual, pero afortunadamente nunca me tocó llevar ninguno, ya que suelen ser asuntos bastante serios y no son cosa de risa. En su lugar, relataré el que fue mi primer caso, con cliente y todo, y uno de los pocos episodios gloriosos de mi efímero paso por la abogacía.
Hemos de remontarnos a mi periodo como pasante de D. Giuseppe, cuando yo todavía ni siquiera estaba colegiado, y vino a mí el cliente (¡mi primer cliente!), contándome que se había comprado un ordenador portátil, y que le había salido rana, con unas marcas en la pantalla (ocasionadas por el contacto con las teclas al no funcionar correctamente el cierre) y que al ir a reclamar a la tienda, primero le dicen que se arregla fácil aplicando un líquido a la pantalla, pero al ver que el líquido no soluciona nada, se limpian las manos (no sé si con el maravilloso líquido o con agua de grifo) y le remiten al fabricante.
Que lo mandó al fabricante y le dijeron que no sabían nada, y además le dicen que les ha llegado con una raja en la pantalla, y le echan la culpa a la empresa de transportes. Huelga decir que la empresa de transportes procede a emular a Poncio Pilatos en el higiénico acto del lavado manual.
Mi cliente, con un cabreo considerable, pues nadie parece saber nada y cada ves le van dejando el ordenador peor, vuelve a la tienda, y le dicen que no quieren saber nada, que la culpa es del fabricante, así que pone la reclamación en la Oficina Municipal de Consumo contra dicha tienda, sin que se avengan a ningún tipo de razones.
En ese punto de la historia es cuando acude a mí y se me ocurre que plantear un Arbitraje de Consumo es la solución más adecuada. Un arbitraje viene a ser un juicio que no es un juicio. Es decir, no sigue el mismo procedimiento, es más barato, más rápido, no requiere abogado y procurador pero el laudo (la decisión que toma el árbitro) es legalmente tan vinculante como una sentencia judicial. Claro que, es necesario que la parte reclamada acepte someterse a un arbitraje, pero si lo hace, queda obligada a aceptar el resultado.
Así se hizo, y los de la tienda aceptaron ir al arbitraje, ya que de esa manera se evitaban tener que ir a juicio, y cuando les llega nuestra demanda (técnicamente una reclamación) demuestran que no lo van a poner fácil, pues interponen su correspondiente contestación, con firma de abogada y todo (glups)
Iba a tener mi primera vista, así que me pongo a preparar la que iba a ser mi primera batalla legal. Me documento, buceo en leyes y jurisprudencia, recabo diversas opiniones, me centro en el asunto, e incluso me cago en todo lo más sagrado cuando me plantan la vista en medio de las vacaciones, en las que tenía planeado irme a Londres, obligándome a cancelarlas.
Llega el día D, tras una noche en la que los nervios no me dejan pegar ojo, y nos juntamos en una de las salas de Gobierno Vasco (al ser un arbitraje de consumo el árbitro y la sala la ponían el departamento de Consumo) mi cliente, el gerente de la tienda, su abogada, la junta arbitral y yo. Nervioso como una novia el día de su boda empiezo a exponer mis argumentos (que si el ordenador estaba defectuoso desde un principio, con informe técnico y todo, que si las consecuencias posteriores son culpa del vendedor, que si la les de Consumidores y Usuarios...) y ellos exponen los suyos (que si es responsabilidad del fabricante, que si ha sido por un mal uso, que si la raja es culpa del transportista...) y en resumen, que ellos no quieren saber nada, y que nosotros les reclamamos una cosa bien sencilla "tú me has vendido un ordenador y no funciona, tú me lo tienes que arreglar o dar otro igual".
La cosa se desarrolla con bastante tranquilidad y días más tarde mi rostro se ilumina cuando recibo la carta con la decisión arbitral y veo que nos han dado la razón. La tienda está obligada a reparar el ordenador, sin coste alguno para mi cliente.
Pero claro, aquí no acaba la cosa, pues todos sabemos que una cosa es tener un papel en el que ponga que la tienda tiene que arreglarte el ordenador y otra muy distinta, que la tienda te lo arregle. Así pues, fuimos mi cliente y yo a la tienda, y plantando el ordenador en el mostrador, acompañado de la resolución, dijimos, "venimos a que nos arreglen el ordenador". El dependiente, extrañado, se mete a la trastienda a avisar al jefe, quien sale al de unos minutos vociferando y hecho un basilisco (con la diferencia de que el basilisco era un animal mitológico que tenía 6 patas y éste, pese a que su comportamiento era más propio de cuadrúpedos, sólo tenía 2) diciendo que no piensa arreglar el ordenador a no ser que le llevemos a juicio.
Me cuesta bastante esfuerzo tratar de explicar a aquel cruce entre orangután y armadillo que el laudo arbitral equivale a una sentencia y que ya ha habido un juicio, y digo que me cuesta mucho esfuerzo porque es difícil no perder el aplomo y hablar sosegadamente a alguien que te está gritando a 3 centímetros de la cara. Pero bueno, el traje acarreaba unas responsabilidades y entre ellas estaba el no permitirme perder los papeles delante de mi cliente, así que opto por morderme los huevos, dar media vuelta, dejar al tipo con el berrido en la boca y marcharme, no sin decir, al más puro estilo mafioso "muy bien, tendrá noticias nuestras".
Enfilamos derechitos a la comisaría que estaba al lado, y antes de entrar me llama al móvil la abogada de la tienda, deshaciéndose en disculpas, diciendo que el de la tienda es un poco bruto, pero que ella conseguirá hacerle entrar en razón, y me pide que esperemos hasta que acabe el plazo que tenían para recurrir el laudo arbitral, y me da su palabra de que si cuando pase el plazo no han recurrido, ella se encarga de convencerle.
La propuesta es razonable, y antepongo el sentido común al cabreo que tenía encima, era preferible esperar unos días (que no llegaban a una semana) que meterse en berenjenales, y efectivamente, el día después de que expire el plazo, recibo la llamada de la abogada diciendo que podemos pasar cuando queramos a que nos reparen el ordenador.
El ordenador fue reparado, y la primera muesca fue anotada en mi revólver. Puede que fuera una pequeñez, pero el sabor de la victoria y la sensación del trabajo bien hecho, fueron indescriptibles. Y bueno, ya que estamos en el capítulo X, lo suyo sería decir que aquello fue un orgasmo judicial.
"venimos a que nos arreglen el mostrador", en consecuencia del laudo
ResponderEliminarinteresante... cómo escamoteas el ordenador para introducir el mostrador que tienes roto en tu casa, pillín :-ppp