Esta entrada, la verdad, no sabía muy bien si catalogarla en las memorias de ex-abogado o, como he hecho, en las de ex-demandante de empleo, pero como quiera que aquella categoría ya la di por finiquitada, la decisión era fácil.
Y el porqué de la cuestión es debido a la temática, ya que esta entrada se titula:
Despachando despachos.
Había abandonado el despacho de Pedro y todavía quería (animalico) ejercer el noble arte de la abogacía, y una de las vías de búsqueda fue bombardear con mi CV los despachos de abogados de la zona, atender a todos los anuncios en prensa, del tablón de anuncios del Colegio de Bizkaia, y bueno, como es sabido, no acabé trabajando en ninguno. Fueron unos cuántos, la mayoría de los cuales ni respondieron, unos respondieron más o menos pronto, otros respondieron muchos meses más tarde, y a todos les une una nota común: me dijeron que no o les dije que no yo a ellos.
Destacando, podría hablar del despacho 2.0. ¿Por qué lo llamo así? Pues hombre, me citaron para la entrevista y me soltaron el rollo de que eran un despacho recién abierto, que necesitaban a alguien que les echara una mano en los temas (en romano paladino: queremos a alguien que meta más horas que un tonto en el despacho), y que no anduviera anteponiendo temas personales al trabajo (eso sí lo dijeron tal cual) y la frase que lo mató, que ellos en principio no iban a pagar, que su filosofía era no pagar durante los 3 primeros meses hasta ver la valía de la persona. Mi inevitable respuesta fue "me parece muy bien, mi filosofía es no trabajar durante esos 3 primeros meses". Acababa de salir de un despacho donde me intentaron hacer lo mismo, no pensaba saltar de la sartén al fuego. No quería otro "Pedro".
Era la tónica general: "ven, trabaja, pero de cobrar nada", que me hizo optar por la vía propia, pero bueno, cierto es que hubo despachos que me dieron a mí calabazas. Algunos por viejuno "es que buscamos a alguien recién salido de la carrera y tú tienes ya demasiada experiencia para el perfil que buscamos y creemos que poco podríamos aportarte" (Traducción simultánea: Lo que queremos es un pipiolo que nos ponga cafés y haga fotocopias, no un osado que pretenda esquilmar nuestras arcas y vivir de esto). En otros, que sí tenían buena pinta, pues no me cogieron porque simplemente había candidatos mejores, o no les gusté, que también pasa.
Entre los que rechacé, hubo uno que sacó mi parte idealista, más o menos, cuando me convocaron para el proceso de selección de un sindicato, no diré cual, y me especificaron que uno de los requisitos era compartir la ideológía del partido político de ellos, que motivó que rechazara siquiera la entrevista. Por una cuestión muy sencilla; en primer lugar, no me hacía demasiada gracia un trabajo tan politizado, en una actividad, como la abogacía, en la que la autonomía del profesional es clave, hay cosas que no encajan muy bien, y por otro lado, una cuestión de supervivencia laboral; admito que no comparto gran parte del ideario del citado sindicato, y con algunas de sus ideas clave choco frontalmente y, seamos sensatos. Es difícil ocultar eso mucho tiempo, y teniendo en cuenta que "callar" y "ocultar reacciones" no están entre mis mayores virtudes, pues como que no habría durado ni cuatro días allí.
Otra oferta (y cuando digo oferta me refiero a que me llamaran para la entrevista) que, en atención al momento en que llegó, me hizo más gracia que ilusión, fue un despacho, más o menos grande, y que por aquel entonces se anunciaba mucho en el periódico, que me llamó en un par de ocasiones, pero en ambas llegaron tarde. Una fue justo cuando acababa de tomar la decisión de dejar la abogacía, que me llamaron para la entrevista, por inercia les dije que sí, para el mismo día decidir que no iba (prefería llamar por teléfono y decir que no que ir hasta ahí para decir lo mismo, y así les ahorraba media hora, y yo me ahorraba la media hora, más la espera más el ir y el volver).
Lo gracioso del tema es que meses más tarde, estando yo ya en plena vorágine opositora, me llamaron de nuevo, y me di el gustazo de no ya rechazar el trabajo, sino de condicionar mi presencia en la entrevista a que me contaran antes las cosas. Decir al que te llama por teléfono "decidme cuánto es el sueldo y según lo que me digáis os digo si voy a la entrevista o no" suele ser un suicidio, pero dadas las circunstancias (tenía claro que por muy buena que fuera la oferta difícilmente iba a aceptar nada a un mes de examinarme) tan a gusto que me quedé.
Así que entre una cosa y otra, despachos que me rechazaron o despachos que rechacé, acabé poniéndome por mi cuenta y no trabajando en ninguno de ellos. Lo cual, a toro pasado, fue lo mejor que me pudo pasar.
Y el porqué de la cuestión es debido a la temática, ya que esta entrada se titula:
Despachando despachos.
Había abandonado el despacho de Pedro y todavía quería (animalico) ejercer el noble arte de la abogacía, y una de las vías de búsqueda fue bombardear con mi CV los despachos de abogados de la zona, atender a todos los anuncios en prensa, del tablón de anuncios del Colegio de Bizkaia, y bueno, como es sabido, no acabé trabajando en ninguno. Fueron unos cuántos, la mayoría de los cuales ni respondieron, unos respondieron más o menos pronto, otros respondieron muchos meses más tarde, y a todos les une una nota común: me dijeron que no o les dije que no yo a ellos.
Destacando, podría hablar del despacho 2.0. ¿Por qué lo llamo así? Pues hombre, me citaron para la entrevista y me soltaron el rollo de que eran un despacho recién abierto, que necesitaban a alguien que les echara una mano en los temas (en romano paladino: queremos a alguien que meta más horas que un tonto en el despacho), y que no anduviera anteponiendo temas personales al trabajo (eso sí lo dijeron tal cual) y la frase que lo mató, que ellos en principio no iban a pagar, que su filosofía era no pagar durante los 3 primeros meses hasta ver la valía de la persona. Mi inevitable respuesta fue "me parece muy bien, mi filosofía es no trabajar durante esos 3 primeros meses". Acababa de salir de un despacho donde me intentaron hacer lo mismo, no pensaba saltar de la sartén al fuego. No quería otro "Pedro".
Era la tónica general: "ven, trabaja, pero de cobrar nada", que me hizo optar por la vía propia, pero bueno, cierto es que hubo despachos que me dieron a mí calabazas. Algunos por viejuno "es que buscamos a alguien recién salido de la carrera y tú tienes ya demasiada experiencia para el perfil que buscamos y creemos que poco podríamos aportarte" (Traducción simultánea: Lo que queremos es un pipiolo que nos ponga cafés y haga fotocopias, no un osado que pretenda esquilmar nuestras arcas y vivir de esto). En otros, que sí tenían buena pinta, pues no me cogieron porque simplemente había candidatos mejores, o no les gusté, que también pasa.
Entre los que rechacé, hubo uno que sacó mi parte idealista, más o menos, cuando me convocaron para el proceso de selección de un sindicato, no diré cual, y me especificaron que uno de los requisitos era compartir la ideológía del partido político de ellos, que motivó que rechazara siquiera la entrevista. Por una cuestión muy sencilla; en primer lugar, no me hacía demasiada gracia un trabajo tan politizado, en una actividad, como la abogacía, en la que la autonomía del profesional es clave, hay cosas que no encajan muy bien, y por otro lado, una cuestión de supervivencia laboral; admito que no comparto gran parte del ideario del citado sindicato, y con algunas de sus ideas clave choco frontalmente y, seamos sensatos. Es difícil ocultar eso mucho tiempo, y teniendo en cuenta que "callar" y "ocultar reacciones" no están entre mis mayores virtudes, pues como que no habría durado ni cuatro días allí.
Otra oferta (y cuando digo oferta me refiero a que me llamaran para la entrevista) que, en atención al momento en que llegó, me hizo más gracia que ilusión, fue un despacho, más o menos grande, y que por aquel entonces se anunciaba mucho en el periódico, que me llamó en un par de ocasiones, pero en ambas llegaron tarde. Una fue justo cuando acababa de tomar la decisión de dejar la abogacía, que me llamaron para la entrevista, por inercia les dije que sí, para el mismo día decidir que no iba (prefería llamar por teléfono y decir que no que ir hasta ahí para decir lo mismo, y así les ahorraba media hora, y yo me ahorraba la media hora, más la espera más el ir y el volver).
Lo gracioso del tema es que meses más tarde, estando yo ya en plena vorágine opositora, me llamaron de nuevo, y me di el gustazo de no ya rechazar el trabajo, sino de condicionar mi presencia en la entrevista a que me contaran antes las cosas. Decir al que te llama por teléfono "decidme cuánto es el sueldo y según lo que me digáis os digo si voy a la entrevista o no" suele ser un suicidio, pero dadas las circunstancias (tenía claro que por muy buena que fuera la oferta difícilmente iba a aceptar nada a un mes de examinarme) tan a gusto que me quedé.
Así que entre una cosa y otra, despachos que me rechazaron o despachos que rechacé, acabé poniéndome por mi cuenta y no trabajando en ninguno de ellos. Lo cual, a toro pasado, fue lo mejor que me pudo pasar.
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