jueves, 14 de octubre de 2010

Memorias de un ex-demandante de empleo [XVIII]

Y eso antes de la Reforma.

Hacía tanto que no tocaba esta sección que ya la tenía totalmente olvidada, una de las ventajas de tener empleo estable, pero hoy me he acordado de ella e introduciré una historia que bien podría dar para subsección propia, y que debería dar de sí para varias entradas (cosa que, de hecho, hará)

Hoy abrimos pues con:

ETT

Nos remontamos a verano de 2006, cuando ya había tomado la decisión de opositar, y de hecho ya estaba apuntado a la academia y llevaba un par de meses de estudio. Pero faltaba una cosa llamada dinero, y se me ocurrió que tal vez una empresa de trabajo temporal fuera una buena opción. Y como resulta que un antiguo conocido de la universidad trabajaba de gestor en una de ellas (Randstad) me acerqué a preguntar antes de acabar el verano, en plena Semana Grande de Bilbao, y a dar mis datos, con la esperanza de que me llamaran para algo y sacarme unos eurillos, cosa que no tardó en suceder, pero de la que ya hablaré en otro momento.

Los curros se fueron sucediendo, y la frecuencia con que me llamaban era la óptima para lo que yo quería. A mi amigo le había explicado mi situación y le había pedido expresamente "trabajos de días sueltos y de no tener que pensar", pues los estudios eran lo primero y una cosa es llegar a casa cansado de haber movido cajas, pero con la cabeza fresca y otra muy distinta llegar con los ojos acuosos por haberse tirado 8 horas cuadrando balances.

Además esto tenía una ventaja añadida, y es que en un par de meses de trabajo físico obtuve una forma física bastante majilla, con un volumen de brazos como nunca antes lo había conocido. Diría que era como ir al gimnasio pero cobrando, solo que mentiría, ya que no pocas veces me tocó trabajar precisamente en un gimnasio, por lo que muchas veces era ir al gimnasio cobrando.

Estuve unos meses, hasta que empecé a trabajar en Vitoria (por las fechas en las que nace este blog) y la verdad estuve muy a gusto. Hubo sitios mejores y sitios peores, pero me llamaban con una cierta asiduidad (a veces más de la que yo quería) y pagaban puntualmente. Y lo mejor, que cobraba todas las horas que trabajaba, y al ser contratos cortitos, no tocaba tragar mierda. Si te tocaba ir a donde hubiera un jefe gilipollas, pedías no volver a ese sitio y ya está. Al menos en aquel momento era posible. Y la verdad, es que no me faltó curro. De mulo de carga la mayoría de las veces, pero curro. Era mejor que ser un ni-ni, y sin duda mejor que ser abogado. Al menos ganaba más pasta.

La experiencia fue grata, y no me arrepiento de haber pasado por esa fase. Todo lo más, me arrepiento de no haberlo hecho antes. Y claro está, todos aquellos minitrabajos dieron lugar a alguna que otra historia graciosa. Pero como dice Michael Ende, eso es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

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