Ayer domingo, superada la resaca, me acerqué con unos amigos a Balmaseda, donde se celebraba el tradicional (y multitudinario) mercado medieval.
Cometimos el error de ir en coche, y por lo visto no fuimos los únicos en cometerlo, ya que una horda de coches pretendía entrar a la vez en Balmaseda, cosa que por cuestiones físicas resultaba imposible. No digamos ya aparcar, tarea que hubo de ser realizada en las afueras del pueblo. En el arcén de la autopista para más señas. Y no, no exagero, ya que había cerca de un centenar de coches aparcados ahí. A media hora andando del pueblo.
El mercado en sí tenía su gracia. Había bichos (halcones, águilas y un buho, además del lince en el puesto de la cetrería, o un señor paseando una boa), artesanía de todos los tipos y sobre todo puesto de comida. Hicimos un alto en el camino para dar buena cuenta de unas patatas asadas rellenas (nada tan medieval como una buena patata) y admirar los puestos de pastelería artesana, que me costó no atracar. También un sol de justicia, que hacía cada trago de agua más delicioso que el anterior.
A la hora de volver nos dimos cuenta de lo errado que había sido coger el coche, cuando tuvimos que caminar durante media hora y cuesta arriba para llegar hasta él. Sobre todo porque con el tren ya habríamos llegado.
Pero al margen de eso, un buen plan para pasar el domingo.
Cometimos el error de ir en coche, y por lo visto no fuimos los únicos en cometerlo, ya que una horda de coches pretendía entrar a la vez en Balmaseda, cosa que por cuestiones físicas resultaba imposible. No digamos ya aparcar, tarea que hubo de ser realizada en las afueras del pueblo. En el arcén de la autopista para más señas. Y no, no exagero, ya que había cerca de un centenar de coches aparcados ahí. A media hora andando del pueblo.
El mercado en sí tenía su gracia. Había bichos (halcones, águilas y un buho, además del lince en el puesto de la cetrería, o un señor paseando una boa), artesanía de todos los tipos y sobre todo puesto de comida. Hicimos un alto en el camino para dar buena cuenta de unas patatas asadas rellenas (nada tan medieval como una buena patata) y admirar los puestos de pastelería artesana, que me costó no atracar. También un sol de justicia, que hacía cada trago de agua más delicioso que el anterior.
A la hora de volver nos dimos cuenta de lo errado que había sido coger el coche, cuando tuvimos que caminar durante media hora y cuesta arriba para llegar hasta él. Sobre todo porque con el tren ya habríamos llegado.
Pero al margen de eso, un buen plan para pasar el domingo.
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