Un pequeño desahogo literario para confesar que esta semana he odiado las grapas, con todas mis fuerzas. El motivo, que en el trabajo con todo el tema de la transferencia a Lanbide, ha habido que fotocopiar un montón de expedientes, para poder resolver recursos, y además de que fotocopiar y fotocopiar es un trabajo tedioso, uno se enfrenta a estas pequeñas cabroncillas metálicas, que se cuelan en la churrera automática, atascándola cada dos por tres. Por eso, al coger un taco de expedientes, el paso previo a su copiado (que no se entere la SGAE) es pelarlos y desposeerlos de estos diminutos piercings de oficina. Es increíble la cantidad de grapas que puede haber en cada taco. Tengo la firme convicción de que hay quien disfruta poniendo grapas, grapas y más grapas.
Y como entre tanta grapa siempre queda alguna indetectada, uno mete el taxo de hojas en la fotocpiadora tan feliz, cuando el terrible y desagradable pitido de error nos delata que se han atascado las hojas. A sacar los originales, y dejarse los dedos quitando metal.
Pues ya me he desahogado. Rápido y fácil.
Y como entre tanta grapa siempre queda alguna indetectada, uno mete el taxo de hojas en la fotocpiadora tan feliz, cuando el terrible y desagradable pitido de error nos delata que se han atascado las hojas. A sacar los originales, y dejarse los dedos quitando metal.
Pues ya me he desahogado. Rápido y fácil.
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