jueves, 7 de junio de 2012

La cinta de correr

Perrito no incluido.

Hacía mucho que no comentaba por aquí mis andanzas por el gimnasio. No porque haya dejado de ir, que sigo asististiendo, sino porque la rutina nos priva de anécdotas. Pero hoy me ha dado por variar y atreverme con una máquina que tenía completamente abandonada. La cinta de correr, que la probé hace 3 años y no me convenció, pero a la que hoy he dado otra oportunidad.

Y sería más adecuado decir cinta de andar, ya que al final, aunque a alta velocidad (casi 8 km/h) iba más andando que corriendo. Suelo andar bastante rápido cuando voy por la calle, y correr, aparte de ser mayor castigo para las rodillas, es un esfuerzo que mi cuerpo no soporta durante 30 minutos. Aún tengo aprecio por mis pulmones. Pero eso no significa que no haya supuesto un esfuerzo, ya que una cosa es andar, y otra marchar durante 30 minutos, en los que he avanzado el equivalente a 3,6 kilómetros (lo que viene siendo, si no me fallan los cálculos, dos metros por segundo), con la consiguiente sudada.

Y lo más curioso ha sido que al terminar tenía un curioso mareo, y las paredes parecían girar durante un rato. Así que hoy el gimnasio era dos por uno: ejercicio y borrachera.

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