Comenzaba el viaje de vuelta.
La salida de Estambul marcaba un doble punto de inflexión en el viaje.Por una parte, dejábamos de ir hacia el Este para volver a Occidente, pero sobre todo porque en Estambul dividimos la compañía: borja y David se quedan allí, y Olga y yo marchamos, rumbo de nuevo a Europa.
Pero decidimos no desandar nuestros pasos, sino que optamos por una ruta alternativa, en un muy largo viaje en tren. Y todo empieza con...
Estambul-Thesalónica: "A ver si tenemos suerte con la alternativa macedónica".
En el tren, de una calidad y comodidad incotestable (nótese la ironía), viajamos con una familia de gitanos búlgaros, con los que iba una niña que miraba ávidamente nuestras chocolatinas, y no paró hasta hacerse con una. También me llama tremendamente la atención el momento en el que entra en el tren un vendedor de agua y grita "¡so, so, so!" (agua en turco), lo que inmediatamente me permite darme cuenta de por qué a los vendedores de agua de Dune se les llama Soo Soo Sook.
El viaje no es precisamente corto (16 horas), y nos da mucho margen para el desvarío y el aburrimiento. En un momento de sopor extremo escribo el siguiente ensayo:
NOTA SOBRE LOS CHICLES TURCOS: Estimado lector. ¿Alguna vez has probado a mascar Ironfix (esa sustancia que servía para pegar pósters a la pared)? ¡Pues un chicle turco te brindará una experiencia muy similar, pero igual de desagradable!
Durante el trayecto trabamos contacto con un grupo de madrileños, también mochileros, que nos ameniza el viaje. Y con ellos compartimos el siguiente episodio.
Nada más cruzar la frontera, el tren se detiene en Python y nos hacen bajar, y nos comunican que hay que pagar un suplemento o esperar al siguiente tren, lo que son varias horas. Optamos por ceder al suplemento, pero resulta que no hay plazas para todos, así que le echamos todo el morro del mundo y nos metemos a viajar en primera, sin nadie que nos diga nada (Dios bendiga la vagancia griega). Y así viajamos un rato hasta que finalmente aparece un revisor y nos hace pagar un suplemento (que ya estábamos dispuestos a pagar) y nos permite continuar en el tren (que no nos querían dejar coger). Así que miel sobre hojuelas.
Empieza a caer la noche, y entra el sueño, aunque un teléfono móvil de no se sabe quién, sonando incesante con su Tubular Bells, impide todo atisbo de sueño.
Y finalmente llegamos a nuestro siguiente destino: Thesalónica.
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