Las viñetas que inspiraron la entrada
La cerveza, una de las bebidas más populares de la historia de la humanidad. Ese brebaje que se supone que bien frío y con sed es lo más delicioso que hay. Pues yo no puedo con ella. Las he probado de todos los tipos; caras, baratas, rubias, negras, Cruzcampo... pero nada. Todas me saben a rayos. Si acaso me gustaban las típicas "cervezas" con sabores (Mors Subita, Shandy, John Lemon...) y precisamente porque no saben a cerveza. De hecho, lo que menos me gustaba de ellas era el regustillo a cerveza que se intuía.
Y esa viñeta define muy bien el típico "no te gusta porque no estás acostumbrado", o "al paladar hay que educarlo". No negaré que nunca he puesto mucho empeño en hacer que me guste la cerveza, y no discutiré la afirmación de que si tomara mucha cerveza, me acabaría gustando. Pero como no tengo ningún interés en que me guste la cerveza (a menos que se le descubran mágicas propiedades curativas), pues seguiré optando por otras alternativas. Aunque claro, sumado a que tampoco me gusta el vino (tengo mis serias dudas de si sería siquiera capaz de distinguir uno bueno de uno malo), eso reduce mis opciones de poteo.
Y tras esta sórdida confesión, lo comprenderé si la mitad de mis contactos deciden borrarme de su agenda por hereje. Pero es lo que hay.
Del café mejor no hablo, que podría suponerme un divorcio preventivo.
Te comprendo, hermano. También en lo del café.
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