Y de beber, albóndigas.
"Personajes con la profundidad de un charco, casquería y escenas de sexo sin venir a cuento. Lo que viene siendo serie B." Así definí nada más verla esta película, que no entrará en ningún olimpo fílmico, cuyo leit motiv es el canibalismo y de la que se puede sacar poco provechoso, con un planteamiento un tanto desaprovechado, un final bastante chapucero y sobre todo unas interpretaciones francamente mediocres, en la que solo salvaría a Fernando Albizu.
Un crítico gastronómico al que encargan un reportaje sobre restaurantes clandestinos es el protagonista de la historia, que en el transcurso de su investigación (que consiste en follarse todo lo que se mueve) irá descubriendo un siniestro grupo de gente (uno de los cuales evoca terriblemente a Torbe disfrazado de Torrente) que organiza cenas en las que se come carne humana de gente a la que secuestra y tortura, y se irá viendo absorbido por un agujero del que no es fácil salir, y en el que hará todos los méritos posibles para que se lo carguen y le den el premio Darwin.
La película cuenta por una parte la soporífera parte del protagonista y el mundillo de los restaurantes clandestinos (pero de los que no matan gente ni se la comen) y por otra la parte más casquera, donde nos muestran, con unos toquecillos de gore, la obtención y procesado de la carne. Esta parte, aunque es la que le da algo de vidilla a la película, queda por desgracia un tanto descafeinada, también porque la película es bastante cortita (no llega a 85 minutos), pero es que la chispa tampoco le da para más.
Y el final, pues no es que la idea sea mala, pero resulta un poco insultante la sensación de que solo les falte explicarlo con peluches, con flashbacks explicativo a lo Saw que se me antojó un tanto innecesario. Aunque esto tal vez sea lo de menos.
Película bastante mala, solo para los muy amantes del cine casposo, o admiradores de Marta Flich.
Película bastante mala, solo para los muy amantes del cine casposo, o admiradores de Marta Flich.
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