lunes, 10 de febrero de 2014

La terraza y la toalla

El lugar de los hechos.

Esta historia se remonta a principios-mediados de los 90, de memoria diría que 1994 o 1995, cuando veraneaba en Santa Pola (Alicante), ya que mis padres tenían ahí casa, en el edificio de la foto.

Tal vez en la foto no se aprecia muy bien, pero desde el portal se podía acceder a la azotea, y en esta había un murete, de un metro de altura que separaba el murete de gravilla (lo que se ve como gris a los lados en la foto). Este murete hacía el efecto visual, si se veía desde el interior, de no haber nada al otro lado, con lo que podías tirar algo (o alguien) a ese lado, haciendo que parecía que lo habías tirado al vacío.

Con este propósito, y bastante mala fortuna, queriendo hacer la broma con los amigos, subí e hice la tontería con la toalla de playa, pero calculé mal y acabó en un balcón particular (donde la X), que para más inri estaba vacío. 

Lo más sensato habría sido, viendo que no había a quién pedirla, pues tenía pinta de que los propietarios estaban fuera, haber renunciado a la toalla, o si acaso dejar una nota. Pero pedir sensatez a una cuadrilla de adolescentes no tiene mucho sentido, y uno de nosotros, al que llamaremos Manolo, pensó que sería buena idea descolgarse y recuperar heróicamente la toalla.

La parte de descolgarse, bien. La parte de recuperar la toalla, bien. Lo de subir ya parecía más complicado. Y hombre, dejar ahí una toalla, vale, pero dejarte a alguien, queda raro. Así que intentamos por todos los medios ayudarle a subir, provocando algún desperfecto menor en el intento, pero no había manera.

A partir de aquí empieza lo gracioso. Empezaron a aparecer vecinos, a ver qué pasaba, y al de un rato vino una pareja de la Guardia Civil, a la que explicamos, apurados, la situación (mientras abajo, a la altura de la calle, se estab arremolinando todo el vecindario). Cuando expliqué a los agentes que yo vivía ahí, estos me pidieron, como es lógico, que lo demostrara, abriendo la puerta de mi casa. El corazón luchaba por escapar de mi caja torácica mientras abría la puerta, pues sabía que mi madre, en cuanto se enterara de la jugada, me iba a asesinar. Pero respiré con momentáneo alivio cuando vi que no estaba. "¡Ya lo ven, vivo en este edificio!"

Esa parte resuelta, pero quedaba el tema de sacar de ahí a Manolo. No recuerdo con precisión, imagino que con una escala o algo, pero lo sacaron. Lo que sí recuerdo, con sudores fríos, es que mirando hacia abajo, entre la multidud de curiosos arremolinados estaba mi madre. ("Ya está, soy hombre muerto" pensé). Los guardias civiles nos tomaron los datos y nos dejaron ir.

Por suerte, cuando salimos a la calle la turba linchadora ya se había disuelto, y pudimos ir tranquilamente a la playa, a pesar de que nos daba la sensación de que todo el mundo nos miraba. Bueno, y yo tenía la sensación de que iba a ser la última vez que pisaba una playa en mucho tiempo.

Tocaba por fin la hora de afrontar los hechos como un crío de 15 años hombre, y me encaminé a mi casa. Cuando llegué, mi madre, lejos de estar furiosa, se estaba descojonando, y procedió a contarme el chascarrillo del día, que "unos chavales se habían colado en una de las terrazas porque se les había caído un balón o algo, no veas la que han liado". Yo asentía, mientras trataba de aguantar la mezcla entre sudor frío y risa floja. "Unos chavales así como de tu edad, debían de ser, y la gente de abajo llamándoles de todo, que si yonkis, que si ladrones..." me contaba, ignorante de la verdad.

Lo gracioso fue, cuando meses más tarde, mi madre le contaba esa anécdota a mi padre. y yo trataba de aguantarme la risa, claro.

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