Peleándose por el trofeo a mejor arqueólogo del mundo.
A medio camino entre la traducción, la inspiración y el plagio, esto viene del artículo "¿Cómo le suena el fútbol a la gente a la que no le interesa?", traslado la idea de un mundo hipotético en el que el fervor por el fútbol lo tuviera, por ejemplo, la arqueología.
El artículo empieza hablando del despertador, con la radio hablando de arqueología. Todo son noticias sobre arqueología, las demás disciplinas no existen. Tal vez se puede hacer alguna breve mención a alguna otra si resulta que algún español es el mejor en ella, podrían hablar un poco de los avances del mejor químico celular del mundo si este es español, o de los físicos nucleares destinados al CERN, pero poco. Todo es copado por la arqueología.
Vamos al trabajo, y en el desayuno hojeamos el periódico Arca, con entrevistas a arqueólogos, resultados de las excavaciones de ayer, pronósticos y debates sobre si es conveniente financiar las excavaciones en las tumbas de Atutimofis IV o Apokemón III. En la contraportada del periódico, eso sí, una jamelga en bikini, eso permanece invariable.
En el trabajo, todas las tertulias son sobre arqueología. "¿Así que Jones se cargó esa vasija sumeria de 3000 años de antigüedad al restaurarla? ¡Jones es un paquete hombre!" "¿Qué sabrás tú? ¡Jones tiene el record de tumbas íberas descubiertas en un año!" La discusión está servida, y aunque no tienes muy claro quién ese tal Jones, te miran raro cuando dices que te da lo mismo olmeca que tolteca.
Camino a casa, desde el coche puedes ver carteles en los que arqueólogos famosos y bien pagados salen en compañía de bellas mujeres de curvas imposibles, anunciando Calvin Klein, mientras por la calle, los chavales llevan equipo de arqueólogo, con el nombre de sus arqueólogos favoritos. Y la tele emite constantemente imágenes de cerámica antigua y frisos grecorromanos, mientras algún arqueólogo portugués se queja amargamente de que las instituciones dan muchas más ayudas a la investigación de la cultura celta que a la precolombina. No te interesa demasiado, y no le prestas atención, pero aun así es imposible que no te suene que se han pagado burradas de millones de euros para que un arqueólogo de prestigio se vaya a esa excavación en Perú de la que tanto habla todo el mundo (dinero que se podría emplear para ayudar a otras actividades más necesarias, como por ejemplo el fútbol, que en esta ficción malvive con 4 perras).
Decides ir al pub a tomar unas pintas. El pub tiene un posterde la esfinge de Gizeh y una foto de Howard Carter, y dentro hay un ambientazo de la hostia. Todos vestidos con salacots y pantalones cortos gritando a una tele en la que están retransmitiendo la recuperación de un pecio cartaginés. Canturrean y gritan a la tele: "¡Aplícale el carbono 14! ¡Usa el cepillo del 7, el del 7!", y la apoteosis se desata en el bar cuando levantan un trozo de madera y uno de los arqueólogos encuentra una ánfora en estado aceptable. La cerveza vuela por todas partes y hay buen ambiente hasta que a uno se le ocurre decir que le resulta mucho más interesante la agricultura en el neolítico que la alfarería policromada en Creta. Se hace un silencio y se monta la discusión.
Eso si es en Inglaterra. En Bilbao la gente presume de financiar solo excavaciones arqueológicas hechas en Euskalherria o por arqueólogos de la UPV, y sacan pecho de los hallazgos de Santimamiñe, aunque bueno, oye, vascos hay en todas partes, y alguno de vez en cuándo dice que Stonehenge también cuenta como Euskadi. En cualquier caso, lo que no cambia es que vayas donde vayas, parece que no puedes escapar de la arqueología.
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