La fiesta, desde dentro, es más divertida.
En lo que ya se ha convertido en un clásico de las fiestas, la tarde del lunes (así como la del segundo sábado) significa turno de barra, lo que está muy bien, ya que como nos corresponde reclutar voluntarios se convierte en un turno de amiguetes. Además, como nos juntamos mil y la madre, el trabajo es completamente liviano y llevadero, hasta el punto de que serví muy poquitas consumiciones ayer, dedicándome a supervisión y a llevar la caja (mal año este, por cierto, poca gente y poco dinero).
También tocó ir a desmontar las canastas del torneo de basket que organizaba Tintigorri (teóricamente tenía que ir uno de cada comparsa a colaborar y el único tonto que fue era yo), luchando contra tornillos y tuercas que oponían una feroz resistencia.
Por lo demás, y como suele ser costumbre, tras acabar el turno dábamos buena cuenta de unos katxis en la trastienda y luego los supervivientes a bailotear un rato hasta que, a lo tonto, eran casi las 5 de la mañana.
Me pillaba en principio con pocas ganas pero lo cierto es que hace mucho que me divierto más dentro de la barra que fuera.
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