Los tristemente célebres, protagonistas de la historia.
En 1983, dos intengrantes de ETA, Joxean Lasa y Joxi Zabala eran secuestrados, torturados y finalmente asesinados por miembros de la Guardia Civil, con el beneplácito del Gobierno, por medio de la organización terrorista GAL, como se aclararía varios años después en el juicio, que probaba la autoría y condenaba a algunos de sus autores materiales e ideólogos.
Toda la verdad, como suele pasar, nunca la sabremos, y tenemos que conformarnos con el sumario, o la película a la que da pie, en la que un fenomenal Unax Ugalde da vida a Iñigo Iruin, el abogado que remueve todo hasta sacar a la luz los detalles y los culpables de tan escabrosa historia, que por su naturaleza deja mal cuerpo. Deja mal cuerpo, porque además los detalles escabrosos son verdad, y sobre todo deja mal cuerpo porque en pleno siglo XXI sigue habiendo quien no ve con malos ojos semejantes atrocidades.
No faltará quien acuse a la película de defender el terrorismo y de poner a Lasa y Zabala como los "buenos". Yerra quien llegue a esa conclusión. Cierto es que la película, al mostrarnos el conflicto desde el otro punto de vista, dulcifica un poco algunas cosas, y seguro que Lasa y Zabala no serían dos hermanitas de la caridad, pero la película nos deja claro lo que aquí importa: fueron víctimas. En ningún momento dice que lo que hicieran o dejaran de hacer estuviera bien o mal, pues esto no va sobre lo que hicieron, sino sobre lo que se les hizo. Y eso, por mucho que algunos cazurros cavernarios se empeñen en defenderlo, es repugnante e injustificable.
La película está bastante lograda y ofrece una visión bastante realista de lo sucedido. El problema, como ya he dicho, que muchos se empeñarán en entenderla al revés. Y lo que es peor, muchos lo harán incluso sin molestarse en verla.
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