Este año me libré de las temidas colas.
SÁBADO
El trastazo que me di el viernes me hizo meterme pronto a la cama, por lo que me desperté fresco cual lechuga y así me fui a dirigir mi otra partida de Cultos Innombrables, Atrapados en la noche de los tiempos, con perlas como "¿Así que luchaste en las Navas de Tolosa? Entonces seguro que conociste al Capitán Alatriste." (verídico).
Por la tarde toca una de las actividades a las que más tiempo dediqué, que era El monasterio de San Ricardo, partida de rol en vivo de Aquelarre que organizo junto con Ricard Ibáñez, y que pese pese a nuestros miedos iniciales acaba saliendo mejor que la del año pasado. Y se agradece mucho el aire acondicionado de la sala, claro.
Por la noche toca Sin ti, una partida del gran Rosendo Chas, genial como siempre y muy original, en la que interpreto no a uno sino a varios personajes, como un amigote en un pub, un padre dolido por la pérdida de una hija, Kiko Matamoros en "Sálvame" o un spambot de Internet. Partida rara pero francamente curiosa.
DOMINGO
La partida de Fragmentos que llevaba, Los seguidores, no se puede hacer por falta de gente (me supo mal decir a los dos jugadores inscritos que no había partida, pero me pareció mejor no hacer la partida que hacer un churro), y me acabé apuntando a una de rol en vivo, 12 hombre sin piedad, basada en la película homónima pero ambientada en el universo de Blade Runner. Como le comuniqué al master, la partida está muy bien construida (es un puzzle perfecto) pero yo me aburrí como una ostra, dado que carece de los elementos que a mí me gustan del rol en vivo. Por eso quiero destacar que no es que la partida sea mala, es una cuestión de gustos. No la disfruté, pero como tampoco habría disfrutado de un buen vino (que no me gusta), una buena carrera de Fórmula-1 (que la odio) o un buen concierto de Heavy Metal (que me agobian).
Más suerte tuve con la partida de la tarde, con un nombre, El tribunal, que podría recordar a la anterior, pero que me gusta muchísimo más, siendo la otra gran partida de las jornadas, que se cierran como empezaron: con una fabulosa partida de rol en vivo, de las de disfrutar sufriendo. Éramos un pelotón de soldados, dos de cuyos miembros habían sido acusados de un grave delito (robar comida) y los demás teníamos que decidir si defender su inocencia y arriegarnos a las consecuencias era mejor que callar y salvar el tipo. Con el toque orwelliano de que los personajes éramos animales. Yo concretamente era un caballo.
Y ahí acaba la relación de actividades, ya que a falta de partida nos fuimos después de cenar a tomar unas cañas al ya clásico Pepe John´s, hasta que la sensatez me dijo que era hora de ir a dormir. Al día siguiente tocaba madrugar para volver al mundo real.
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