Por suerte el hotel que cogimos es mejor.
Parte informativo desde la capital irlandesa a donde llegué ayer a la tarde, donde hubo que cambiar de habitación, pues tuvieron a bien darnos una con acceso directo al extractor de aire y su mágico sonido. No siendo merecedores de tal honor, pedimos el cambio, así que nos dieron una con vistas (y oído) a la bulliciosa Temple Bar. Nos dimos una vueltilla por sus emblemáticos pubs, con sus caños de Guinness y su música en directo. Más conciertos, callejeros, por todas partes, pura esencia de Dublín, y perfectamente audible desde el hotel. Por suerte el agotamiento pudo más que el ruido, y lo de dormir fue bastante bien.
Hoy ha sido día de mucho andar, con paseo hasta Kilmainham Gaol, la cárcel vieja de Dublín, convertida hoy en museo y una visita tan interesante como perturbadora. De ahí, que ya estaba apartado del centro, hemos tirado a andar hacia donde no era y nos hemos acabado alejando aún más, y tras mucho preguntar hemos vuelto a la ruta buena y nuestros pasos nos han llevado a la fábrica de Guinness. Sin embargo, el elevado precio de la entrada nos ha hecho desistir.
Tras comer en un muy típico pub, hemos ido a iglesiear un poco; primero la iglesia de San Audoen, muy agradable, y donde hemos tenido la suerte de que la guía fuera de Alicante y estuviéramos solos, lo que ha servido para tener la explicación personalizada y en castellano. De ahí a la emblemática St. Patrick (debo confesar que me ha sorprendido que fuera anglicana y no católica) y hemos cruzado el Liffey para dar un "breve" paseo hasta el parque Phoenix, gigantesco, por cierto.
Tras otro "breve" paseo nos hemos vuelto al hotel a descansar un poco y luego un paseo para estirar las piernas antes de dormir, saludando a la estatua de Molly Malone.
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