Fermín de Galar.
Aquelarre, de Ricard Ibáñez, es un juego de rol veterano, el más veterano de los publicados en España, para más señas. En consonancia, veterana es ya la campaña de Aquelarre que desde 2011 venimos jugando todas las semanas (con pausas, algunas más largas que otras), bajo la dirección del señor Hank Scorpio (dicen que tiene un nombre normal, pero nadie lo usa).
En esta campaña, aunque he interpretado a personajes secundarios en algún momento u otro (hoy, por ejemplo, jugábamos un spinoff con unos almogávares), mi personaje es Fermín de Galar, un soldado de origen navarro (aunque a lo largo de sus hazañas se ganó la ciudadanía de Burgos, protegiéndola de un asedio enemigo), que al igual que Alatriste cumple lo de no ser un hombre piadoso, pero ser un hombre valiente. O como diría él, un tío con los cojones bien puestos, pues entre sus vicios, que no son pocos, está el de ser un malhablado. Putero, bravucón, borracho, jugador... pero siempre dispuesto a partirse la cara (realmente ya se la partieron, y de forma literal, en el sitio de Algeciras) y presto para jugarse el pescuezo, lo que le ha llevado a lo largo de estos años, a estar múltiples veces al borde de la muerte. Especialmente porque en tanto tiempo ha tenido ocasión de hacer enemigos aquí y allá. Hace tiempo que perdió la cuenta de cuántos obispos le han condenado a la hoguera, pero también ha lidiado contra todo tipo de conspiradores mundanos o infernales.
Claro que también ha ido ganándose aliados, entre los que debería destacar alguien del que bajo ningún concepto confesaría que se ha acabado convirtiendo en su mejor amigo: el alquimista judío (aunque insiste en que no es judío) Félix Gurrea, un impresentable cobarde y rastrero, pero ay del que se meta con él; Sancho de Luna, un caballero aragonés que, a pesar de tener una escoba metida en el culo no deja de ser el ideal al que le gustaría parecerse (algo imposible en la estratificada sociedad del medioevo); Evaristo, un tímido muchacho morisco (nacido como Badis Barr) al que ha tomado un poco como discípulo; Pierre, su maestro de esgrima; Juliana, una bruja con la que tuvo algo más que un escarceo (dicen las malas lenguas que hay una Fermincilla por ahí pululando); Antton el Paticorto, un goliardo vizcaíno que dejó las aventuras para irse a estudiar a Salamanca; Úrsula, una prostituta que enderezó su vida al casarse; Vicente, un aguerrido caballero de Calatrava y durante un tiempo su compañero de armas; Zina, una guerrera nazarí y con especial importancia Katixa, una bruja navarra que es su mentora en la senda del paganismo (tanta reyerta con tanto obispo hizo que Fermín se acabara replanteando lo de la cruz) y sobre todo Leonor Ramírez de Rojas, una noble a la que juró proteger, y a la que Fermín tiene idealizada, como un inalcanzable e ingénuo amor caballeresco.
Lo bonito de esto es que con el tiempo se ha ido forjando la historia de Fermín (habría para páginas y páginas, y no más porque mi memoria no suele dar para tanto), con aventuras por Burgos, Covarrubias, la Sierra de la Demanda, Granada... incluso se ha llegado a dar un garbeo por el mismísimo Infierno, y le ha acabado pasando de todo, lo que ha hecho evolucionar, de ser ese soldado bravucón y pendenciero, el equivalente medieval de un redneck, a ser alguien más reflexivo y disciplinado.
Pues por la tontería ya va a ser la 5ª temporada de la campaña, y quién sabe durante cuántos años más se prolongarán las andanzas de Fermín de Galar.