Hay regalos que son una putada.
Matrimonio que se traslada a una nueva casa, todo un clásico. Este matrimonio tiene un vecino encantador que al principio es más majo que las pesetas, pero que luego les hace la vida imposible, otro clásico. En este caso no es un vecino, sino una persona que, de alguna forma, conecta con el pasado de uno de ellos este thriller empieza así, con un tipo muy amable que colma de regalos a la pareja protagonista.
Como puede deducirse, la cosa va pasando del desconcierto a lo molesto (ese incómodo momento en el que hay que rechazar la amistad de alguien que, sin que le hayamos dado pie a ello, nos la ofrece de mil amores pero que por ser tóxica se rechaza) y poco a poco en el terreno de lo perturbador, y mostrando poco a poco que las cosas no son lo que parecen. O sí, que a veces las cosas pueden ser lo que parecen, pero no solo lo que parecen. De hecho al final uno se puede quedar con la duda de quién es el verdadero villano de esto y quién la víctima.
Resulta raro, al menos para mí, ver a Jason Bateman, acostumbrado a verle en el papel del simpático Michael Bluth de Arrested Development, haciendo aquí de capullo trepador, pero da el pego. La película, aunque a veces puede llegar a ser un tanto inverosímil con tanto plan tan maquiavélicamente urdido, mantiene la tensión y el interés, y logra mostrar las cosas desde el punto de vista de cierto personaje que es, cuando menos, éticamente cuestionable. Pero no diré de cuál.
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