Hoy tocaba ir a mirar mobiliario de oficina para el local de la asociación y me he acordado de por qué no es una buena idea ir a megacentros comerciales un sábado por la mañana, pero era el único día que podíamos quedar.
La primera parada, a Leroy Merlin, ha sido razonable, con gente y tal, pero se podía respirar, lo que no ha evitado que tuviéramos que esperar una hora al empleado que ha tenido bien a darnos precios y explicaciones para instalar un despacho del pladur dentro de la lonja. De ahí a Conforama, que pillaba de camino, pero donde no hemos podido ver nada que nos sirviera.
Y de ahí al infierno. Ikea. El sitio que ya es agotador entre semana, era una locura de gente. Parte buena, que hemos podido ver un amplio muestrario de sillas, muchas de las cuáles se adaptan a lo que buscamos. Pero al acabar de verlas hemos intentado ir al restaurante a comer. Error. Una cola horripilante, y sin visos de ir a poder comer en menos de una hora, cuando el hambre ya empezaba a hacer acto de presencia. Y además, sin una puñetera mesa libre.
Decidimos cambiar de sitio en el que comer, pero este laberinto construido en honor de algún minotauro sueco obliga a pasar por cada uno de sus pasillos antes de poder ver la luz del día, lo que incrementa el agotamiento. Por fin nos da el aire y corremos libres como el viento a Megapark. Sorprendentemente, más gente ha pensado lo mismo y está hasta la bandera. Acabamos comiendo en el único sitio que está sin gente: un kebab. Con unos precios un tanto inflados, pero sin tener que esperar al siguiente solsticio antes de comer.
De ahí, paseo al metro, que no esté cerca, y por fin a casa a por una merecida fiesta. Bueno, la siesta no sé si la merecía, pero lo que me pase me lo merezco, por ir a Ikea un sábado.
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