Jorge Cremades en el papel de Landry du Lauzon.
Entretenimiento, no se le puede pedir más. Knightfall es una serie cuyo único propósito parece ser el de buscar excusas argumentales para plantar trepidantes peleas a espadazos, como resoluciones a conjuras inverosímiles y tramas que a veces parecen sacadas de un videojuego.
Tras la pérdida de Acre, los templarios se vuelven a Francia, donde una turbia conspiración, digna de novela barata de Dan Brown, que incluye el Santo Grial y una peligrosa sociedad secreta, amenaza con tambalearse el poder en el trono, donde el malvado de turno mete toda la cizaña que puede. Y a esto tendrá que enfrentarse el protagonista, que se debate entre su deber como caballero y sus sentimientos hacia la mujer a la que, prohibidamente, ama.
Está claro que con esto la cosa no puede dar mucho más de sí, y no se hace un análisis muy riguroso del contexto sociopolítico de la época ni de los sucesos que desembocaron en la trágica caída de la orden del Temple. Valga como ejemplo que uno de los ejes principales es la tensión cuasibélica entre los reinos de Francia, Navarra, Inglaterra y... Cataluña.
A esto le sumamos recursos narrativos que rozan lo ridículo, algún exagerado Deus Ex Machina y tramas que se traga la tierra sin demasiado disimulo y tendremos una serie tirando a cutre, en la que tampoco ayuda que algunos actores estén lejos de destacar con sus interpretaciones. Sin embargo, debo decir en su defensa dos cosas. Una, que la segunda mitad mejora un poco, tal vez porque uno ya se ha hecho a la idea de que esta serie es bastante pobre (cosa que, por suerte, dejan claro desde el capítulo piloto), y la otra, muy importante, que pese a todo resulta una serie divertida y resulta una buena opción para dejarse llevar viendo espadazos y echándose las manos a la cabeza con enigmas dignos de película de Nicholas Cage o que aparezcan ninjas... porque dirán lo que quieran, pero eso son ninjas. Por momentos, era casi como ver una versión medieval de mi odiada a la vez que adorada Flashforward, aunque sin llegar a los niveles de delirio de aquella, eso sí.
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