Don Quijote y Kylo Panza.
Tras 25 años intentándolo, Terry Gilliam por fin consigue hacer su película sobre el caballero de la triste figura, obra cumbre de la literatura no solo española sino también universal (aunque he de confesar, a riesgo de que me lluevan piedras, que a mí no me gustó nada), y lo hace con una psicodelia marca de la casa, que no termina de encajar.
Con una cierta metarreferencia, nos habla de un director de cine que hace una película volviendo a un tema sobre el que ya trabajó, que es el Quijote, y se encuentra con el protagonista de su versión originaria, que devorado por su personaje, cree ser el Quijote y confunde al protagonista con Sancho, arrastrándolo a la locura por una Mancha muy onírica, mientras el involuntario Sancho, huyendo de sus problemas del mundo real, va cayendo en esa espiral de demencia, igual que pasa al Sancho Panza del libro.
Y no funciona. Tal vez demasiado surrealista, tal vez con personajes que no me enganchan, o directamente caen mal (con un villano encarnado por Jordi Mollá en su registro malo) y a ratos un tanto aburrida, costando conectar con la historia.
Tiene en su haber un gran trabajo de Adam Driver (conocido entre el gran público por ser el malo de las nuevas de Star Wars), pero la verdad es que salgo un poco decepcionado. Contaba con ver algo raro (es Gilliam), pero aunque tiene momentos interesantes, le pierde una cierta pátina de cutrez y no llega a enamorar.
En su defensa diré que maldigo no haber tenido la posibilidad de verla en versión original, que me temo que es uno de los elementos que la matan.
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