A lo Pablo Casado.
En 1945, cuando la guerra se está terminando y Alemania es ya un país completamente roto, un soldado alemán se hace con un uniforme de oficial y se va haciendo con el poder hasta convertirse en uno de los muchos monstruos del nazismo y un criminal de guerra, con un grupo de hombres que le siguen y cometen con él actos horribles, saqueando, matando y violando con impunidad, sin que nadie se percate de la falsedad de su rango. Esto, que podría parecer una idea demasiado peliculera, es la historia real de Willi Herold, el "Verdugo de Emsland", que hizo exactamente eso en la vida real.
La película nos cuenta esa historia, y nos va mostrando cómo Willi Herold pasa de ser un superviviente que tiene que hacer lo que sea para sobrevivir, a veces actos atroces, y va poniendo a prueba la capacidad del espectador y buscar ese punto que separa el "cualquiera habría hecho lo mismo en su lugar" al "¡ahí ya te has pasado!", y es que hace pensar si es el relato del impostor que va siendo devorado por su propio personaje o si es que ya era un psicópata de antes y esto fue simplemente lo que le sirvió de excusa para soltarse la melena.
No es de extrañar que yendo de lo que va "El Capitán" tenga escenas duras, algunas visualmente incómodas, y aquí el que esté en blanco y negro (con una desconcertante excepción cerca del final, en esa especie de epílogo adelantado) ayuda a generar esa atmósfera de crueldad y degeneración. Degeneración tanto a nivel individual como colectivo, en ese país que sabe que se hunde en sus propias cenizas de una guerra que tiene perdida, y un ejército que intenta sostener una insostenible sensación de normalidad.
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