Aquí solía empezar la fiesta.
Es raro que hable de un truco para un videojuego del que nunca he hablado aquí antes. Por ponernos en antecedentes, el Dungeons&Dragons: Shadows of Mystara, secuela del Dungeons&Dragons: Tower of Doom, era una popular máquina recreativa de finales de los 90 que, basada en el popular juego de rol nos permitía ir con los personajes repartiendo estopa y saqueando, en un universo completamente D&D.
El básico permitía elegir entre guerrero, clérigo, enano y elfa, mientra que esta secuela introducía dos personajes nuevos: la ladrona y el mago, que son quienes protagonizan este truco que descubrí por casualidad.
Para ello el primer paso era que uno de los jugadores seleccionara el mago y otro la ladrona (eran necesarios dos jugadores), y que en la pantalla de elegir el nombre tuvieran cuidado con qué poner. Según el nombre que escogieras empezabas con un objeto inicial u otro, y se supone que te daban bonificaciones. Yo solía poner "Gash " (dos espacios), pues era importante que tanto mago como ladrona empezaran con gorro. El clásico picudo él, la capucha ella. A título de curiosidad, por cierto, los nombres "oficiales" de dichos personajes son Syous el mago y Moriah la ladrona.
¿Y por qué era tan importante empezar con sombrero? Lo primero por un tema de distinción y clase, claro. Pero además había otro motivo.
Una mecánica nueva que introducía este juego con respecto a su antecesor era la de robar objetos. Si Moriah cargaba contra un enemigo podía robarle monedas, armas, pociones, joyas... y a veces gorros.
Podría pensarse que insisto mucho con los gorros, pero tiene su por qué, y es que estos personajes tenían por costumbre tener una única cabeza, de modo que si un enemigo dejaba caer el gorro y te lo ponías, soltabas el tuyo. Y ahí estaba la clave, pues eso facilitaba que el mago se pusiera el gorro de la ladrona, y que la ladrona se pusiera el gorro del mago.
¿Y qué pasaba entonces? Pues tengo una buena noticia para ellos: tanto el mago con un gorro de ladrona como la ladrona con el gorro de mago tenían vida infinita, y eran prácticamente inmortales. No importa cuántos golpes te cayeran, la vida nunca bajaba a cero. Solo cosas como la petrificación, y alguna más que no recuerdo, podían ya matarte. Incluso el aliento directo de un dragón rojo nos tumbaba, para ver cómo un segundo después nos levantábamos tan campantes.
Claro, cuando pagabas 25 pesetas por cada partida jugada, encontrar la manera de que una partida se extendiera hasta el final era todo un chollo, ya que el juego era largo, y no era solo la sensación de victoria partiendo el lomo a todo un dragón, sino la de haber encontrado la forma de burlar al sistema. Por eso, cada vez que empezaba la partida, corríamos hasta el primer sitio con gorros robables, que creo recordar que era el dirigible de los elfos oscuros de la foto, para una vez con la cabeza a buen recaudo, suspirar aliviados.
Hay quien descubre la penicilina, los rayos-x o la radiactividad, yo descubrí esto. No creo que me sirva para ganar nunca un premio Nobel, pero que me quiten lo bailado.
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