Homenaje a Casablanca.
Seguimos con la reforma de la casa. El lunes me trajeron los muebles del salón, hall y cuarto de invitados, y ayer parte del armario de la cocina, que me han procedido a montar hoy. Pero antes de eso tuve que (lo que ya contaba aquí) desmontar el mueble viejo, pegarle una limpieza a fondo (había una cantidad de roña y mierda digna de película de terror) y, ya metidos en harina, me puse a pintarla, que no me gustaba el color de las baldosas.
Me informaron de que existía pintura especial para azulejos, y fui a una tienda cercana para preguntar, de donde salí con la masilla para las junturas, el rodillo y los botes de pintura. Poco después de empezar ya me estaba arrepintiendo.
No solo porque es muy laborioso (he sudado más cualquiera de estos días que en cualquier visita al gimnasio) y te pringas de pintura hasta los sobacos, sino porque no siendo profesional del sector, la pintura no me queda igual en todas partes y tengo en algunos lados de la pared unos gurruños de pintura seca apelmazada que parece que haya querido reinventar el gotelé. Cierto es que una segunda mano mejora bastante el descorazonador aspecto que dejaba la primera, pero aún se le siguen viendo las costuras. Probaré con una tercera, a ver así qué tal.
Lo malo también ha sido el largo rato que me he tirado hoy rascando y limpiando el suelo, pues no importa cuántos plásticos y cartones pongas, la pintura es inteligente y siempre encuentra el modo de abrirse camino.
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