Leo Harlem haciendo de Leo Harlem.
No hay lugar a engaños con esta película, y solo con ver el póster uno ya puede hacerse a la idea de lo que se va a encontrar, sin demasiado miedo a equivocarse: una comedia ligera y amable, con un final previsible, que no revoluciona nada pero sirve para pasar el rato.
Con la fórmula "policía inútil con compañero esperpéntico", parece que Leo Harlem quiere buscar su propio Torrente, y si cuela una saga, pero con un tono más blanco (lo que tampoco es muy difícil y familiar), pues así como el personaje encarnado por Santiago Segura es un sujeto despreciable y ruín, el Makey de Leo Harlem es el estereotipo de buenazo patán pero íntegro.
El arrgumento parte de una premisa divertida, aunque imposible, en la que el protagonista, un policía municipal de Madrid, provoca por su exceso de celo la suspensión de un Madrid-Barcelona, lo que hace que le trasladen de forma forzosa a la policía de Estepona (vamos a obviar, por el bien de mi salud mental, que son administraciones distintas), donde vive su hija, con quien no se habla (todos sabemos cómo acaba eso, verdad?) y la mafia rusa se pasea como Pedro por su casa. Allí se encontrará a Willy, un extravagante vividor, que se convertirá en su compinche y mejor amigo.
A partir de ahí, una historia en la que es mejor dejar fluir y no pensar demasiado, pues los sinsentidos se suceden uno tras otro, hasta llegar a un final simpático pero nada sorprendente. Pero para ser lo que es, un pasarratos, tampoco le vamos a pedir más.
Cumple el expediente, siempre y cuándo uno tenga claro a qué ha ido al cine.
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