Soplaré, soplaré y la puerta contagiaré.
Esta película, completamente oportunista y prescindible, es básicamente como si a alguien que hubiera estado en coma desde diciembre de 2019 le contáramos dentro de unos años cómo fue la pandemia de COVID-19, entendiera la mitad porque está mirando el móvil y se dedicara a hacer una película al respecto.
Esto va de que han pasado un par de años y el coronabicho (ahora COVID-23) ha mutado tanto que su letalidad acaba con cualquiera que lo contraiga en el cómodo plazo de 48 horas, por lo que el confinamiento ya es total y solo los declarados inmunes pueden salir a la calle. Los demás, ni para bajar la basura. Para el cumplimiento de esta medida, el Gobierno se pone serio y dispara a matar a cualquiera que se salte el confinamiento.
Los inmunes, como es el caso del protagonista, llevan una pulsera cutre, como la que te podrían dar en cualquier festival de música, y cada vez que un militar les amenaza de muerte por la calle, enseñan el plasticote amarillo, agitan un poco el brazo y ya son caballito blanco.
Nico (el protagonista), como decía, trabaja de repartidor para una especie de Amazon, una empresa que tiene dos empleados, su jefe y él, y por lo visto es la única empresa de repartos de todo Los Angeles, pues salvo policías no se ve a nadie más que a él por la calle. Nico tiene además una novia, a la que nunca ha visto en persona, ya que ella no puede salir y él, aunque es inmune, no puede entrar a su casa, para no contagiarla.
Pero por arte de birlibirloque, la abuela de la chica (con quien convive) se contagia, y esto lo saben porque tienen una app en el móvil que te hace un selfie, te saca la temperatura y si das positivo llama a la policía, para que manden a gente a tu casa a detenerte y te lleven al distrito C, que se intuye que es algún tipo de leprosería (que digo yo que si se van a quedar en su casa estén bien o mal, esa recogida puerta a puerta no tiene mucho sentido). Y esto tiene conexión con la otra trama de la película, en la que un matrimonio de ricachones, empleados del Ministerio de Sanidad, se dedican al tráfico de pulseras. Y el marido, que es un putero, aprovecha que tiene la pulsera para hacer visitas de índole sexual a una youtuber que además de dar título a la película y alegrar la vista (es Alexandra Daddario), podría estar en la película o no, que daría igual.
Con esto y un par de chorradas más, con sinsentidos de los de querer gritar muy fuerte a la pantalla del cine, transcurre una película carente de sentido, que solo sirve para quien quiera darse el gustazo de ver una película mala, sabiendo que es mala y quedarse a gusto viendo algo absurdo.
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