Los meeples son esos monigotines de colorines, más o menos antropomórficos y generalmente hechos de madera, que se utilizan habitualmente en muchos juegos de mesa, sobre todo los de estilo eurogame.
En el caso concreto que nos ocupa, el juego en cuestión es el Charterstone, en el que entre otros elementos, cada jugador tiene dos meeples de su color (siempre que puedo me cojo el amarillo, desde que tengo uso de razón) y la cosa es que hoy estábamos jugando la partida y se nos ha perdido el meeple amarillo.
Así contado, desde luego, no parece nada extraordinario. Un objeto de pequeñas dimensiones se puede perder, no es raro. Pero la cosa es que ha desaparecido delante de nuestras narices. Lo acababa de usar, pues era mi turno, y sin que haya sucedido nada raro (golpes, empujones a la mesa, una horda de mapaches en celo bailando la macarena... lo típico que puede pasar cuando juegas a juegos de mesa, vaya), parecía haberse evaporado. Hemos buscado, requetebuscado, en la mesa, en la caja, en el suelo, en los bolsillos... solo nos faltaba haber levantado las baldosas del suelo. Pero nada, el meeple rebelde seguía sin aparecer, cuando solo segundos antes (no exagero, es literal) estaba a la vista de todo el mundo.
El caso es que hemos peinado la sala y nada. Así que hemos tenido que asumir que se ha ido a vivir una nueva vida, donde encontrará nuevas y apasionantes aventuras. Lo más seguro es que harto de perder (el Charterstone es un juego que me gusta, pero se me da fatal y no gano nunca, ni me acero a ello) haya decidido que era mejor que nuestros caminos se separaran.
Meeple amarillo, si alguna vez lees esto, que sepas que te echaremos de menos y siempre habrá un hueco para ti en la caja.
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