Esta imagen forma parte de la historia.
Nací y crecí con ETA. Viví la "normalidad" con la que de vez en cuándo los telediarios se detenían con la noticia de otro secuestro o asesinato y por desgracia era algo habitual. Era horrible, pero estábamos habituados, que no acostumbrados, a la violencia, y cuando nos vino la noticia de que eso se terminaba por fin, costaba creerlo.
La noticia era maravillosa, ¿cómo no iba a serlo? Pero tras tantas treguas rotas era fácil caer en el escepticismo, aunque con el paso del tiempo, el miedo se fue diluyendo y nos dimos cuenta de que, a pesar de la insistencia de algunos medios de comunicación en hacer creer machaconamente lo contrario, la pesadilla había terminado. Lo que creímos en su día imposible, se hizo realidad.
De lo que no nos hemos librado, y lamentablemente costará que nos libremos, es de todos aquellos nostálgicos que echan de menos a ETA. Tipejos miserables que se lucraban, política y económicamente con el dolor ajeno, y que no son capaces de superar su pérdida, lo que lleva a que estén todo el santo día con el "todo es ETA" en la boca.
"Esto es mentira", decían. No lo fue. "Vale, pero no se han disuelto oficialmente". Lo hicieron. "Vale, pero no han entregado las armas". Las entregaron... Y así seguirán, por mucho que la evidencia muestre día a día lo contrario: ETA dejó de existir, y cualquiera con un poco de humanidad se alegra por ello.
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