El cartel promete vergüenza ajena a gritos.
Hay películas muy honestas, cuya propuesta es toda una declaración de intenciones. ¿Alguien cree que puede valorar esta en función de su cartel? Pues algo que por lo normal sería mala idea, aquí resulta ser totalmente certero, ya que esta película lo que nos da es una gañanería que no se sostiene, con chistes cutres, situaciones vergonzantes y una serie de enredos rocambolescos, para un cocktail que intenta hacer de lo cutre sublime. Pero sin llegar a conseguirlo.
Ahora bien, cuando una película cumple estas características pueden pasar dos cosas: que a pesar de todas ellas sea entretenida y amena de ver o que te aburra soberanamente, lo que es del todo imperdonable. Afortunadamente, en esta es lo primero, y es que aunque era como un accidente ferroviario, en el que no puedes evitar mirar por mucho que sepas que es horrible, la película entretiene, e incluso confieso que entre palmada y palmada en la frente, puede que me sacara alguna que otra sonrisa.
Ahora el resumen. Esto va de que Amador Rivas Pedro es un apocado policía de oficina que un día recibe el aviso de que Mateo, su amigo de la infancia, a quien no ha visto en 15 años, ha muerto en Brasil, y le ha designado a él para repatriar el cadáver. Como no se atreve a viajar solo, se rodea de dos amigos igual de disfuncionales que él y se embarca a Río de Janeiro, donde descubrirá que el tal Mateo no era trigo limpio, y acabará metido en cientos de fregados, a cual más peligroso.
¿Es buena? No, por Dios, no. ¿Me vale, si tenemos en cuenta que es eso lo que me apetecía ver? Venga, aceptamos pulpo. Eso sí, la película le quita a cualquiera las ganas de visitar Brasil.
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