Ese era yo en el Sportcenter. Había costado, pero había llegado.
Ver un partido de baloncesto no es lo único que he hecho entre ayer y hoy, pero como era la excusa del viaje, es de lo que voy a hablar, aunque más que del partido en sí, de la odisea que ha sido llegar.
Primero hay que señalar que los Gladiators no juegan en Glasgow sino en East Kilbride, un municipio del área metropolitana de Glasgow. "Pues nada, me cojo el cercanías, que me dejara ahí en un ti-ta, y para volver igual".
Error. Resulta que el pabellón en el que juegan, el Sportcenter, está en mitad de ninguna parte, donde solo es posible llegar con coche, así que tras un tren que me ha tardado en llevar a East Kilbride unos 40 minutos, tocaba la parte complicada. "¿Como cojones llego yo hasta allí?"
La estación de tren me dejaba ahí a la intemperie, expuesto a los elementos, así que tiro a andar. Mucho, y con lluvia. Lluvia escocesa. Y de noche, que aqui a las 4 de la tarde el sol se pira.
Una explicación corta nos lleva a decir que habré tenido que andar unos 35 minutos, muchos de ellos por carretera, incluyendo algún tramo dé campo a través, cuando ya era tarde para echarse atrás.
Pero llego. No sé cómo, pero llego.
El sitio, muy agradable y muy cuco, se ve que de nueva construcción, es como si en el BEC hubieran puesto un pabellón del tamaño de La Casilla, incluso menos (1600 espectadores).
Tomo posesión del asiento, y como soy el único de Bilbao que anda por ahí, y además estoy sentado justo detrás, me acerco a saludar al cuerpo técnico y al entrenador, que se ve que hasta les hace ilusión que vaya gente a verles.
Del partido poco que decir, con nada en juego y un rival demasiado inferior, la intensidad brilla por su ausencia y se gana sin ninguna brillantez. Lo mejor, que en mi zona había otros aficionados del Bilbao Basket, y así no me quedo solo con los cánticos.
Al terminar el partido, los jugadores se acercan a saludar a la afición, fotos y demás. Pero llega la parte importante: volver a Glasgow.
Repetir el paseo de la venida no parece muy viable (y a saber si a esas horas iba a haber trenes), pero el grupo de Bilbao me salva la vida, permitiéndome compartir taxi con ellos, de modo que el retorno es bastante más agradable que la ida.
En sucesivas entradas, más cosas glasgowitas. Hoy toca dormir.
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