La película que te transporta al mundo de los sueños.
Atrás quedaron los tiempos en los que adaptación de videojuego a película era automáticamente sinónimo de truño, y últimamente nos hemos encontrado con cosas que son cuando menos dignas. Sin embargo, eso no significa que haya dejado de haberlos.
En este caso traslada una exitosa saga de videojuegos, que no he tenido el gusto de jugar, para hacer esta película, que tampoco he tenido el gusto de ver. O sea, verla sí que la he visto, pero gusto ninguno, porque se me hizo insufrible.
Nos cuenta la historia de Peeta Mellark, el de Los juegos del hambre, que deambulando entre trabajo y trabajo termina de vigilante de seguridad en una pizzería un tanto peculiar. Y no solo porque pese a estar abandonada sigue con todos sus elementos ahí y hasta tiene dinero en las máquinas, sino porque tiene unos peluches animatrónicos gigantes que, poseídos por el espíritu de unis niños desaparecidos, se dedican a matar gente.
Y esto, que podría dar pie a una gamberrada muy divertida, se estrella cuando intenta ir por el otro lado y ahondar el la psicología y los traumitas del protagonista, para intentar hacer algo más profundidad y drama familiar. ¡Por Dios, esto es una película de peluches asesinos!
Los bichos, todo hay que decirlo, están muy bien hechos y logran ser perturbadoras, y toda la parte estética está en general muy lograda, así como la selección musical. Pero nada de eso sirve cuando haces una película que duerme hasta a un contable de ovejas.
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