Lo que ese está fumando es el porro que se fumó el director.
Wes Anderson es un director con un estilo muy particular, sobre todo en lo visual. Pero de las veces que lo había visto (que a decir verdad no son tantas) no lo recordaba tan delirantemente surrealista como en esta trama fenicia, que parece una mezcla bastarda de Yorgos Lanthimos, Jean Pierre Jeunet y Terry Gilliam puestos hasta arriba de peyote.
Nos cuenta la delirante historia de Zsa Zsa Korda, un magnate de las construcciones que tiene un plan para erigir una infraestructira faraónica en Fenicia, una moarquía ficticia ubicada en la Península Arábiga, y tiene que ir por todo el país recopilando inversores, en compañía de su hija, una monja a la que quiere convertir en su única heredera y su instructor de entomología. El viaje es todo un recorrido por una galería de personajes y situaciones, a cual más rocambolesco, en una píldora que al principio cuesta digerir, pero a la que se le termina cogiendo el gusto.
Lastra mucho, aunque esto no es culpa en absoluto la película, el tipo de subtítulo escogido (la vi en V.O.S.), con el que a veces era imposible enterarse de nada, ya que no se leían nada bien (para entendernos, subtítulos blancos en escenas tremendamente luminosas), siendo la primera vez que me he llegado a plantear marcharme del cine al de diez minutos para ir otro día y verla doblada.
Eso y su exceso de barroquismo hizo que me costara mucho entrar, pero una vez que se pasa ese trance, es una propuesta cuando menos divertida, a pesar de que me llegué a preguntar no menos de media docena de veces qué estaba haciendo con mi vida y por qué estaba viendo semejante esperpento.
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