El proceso selectivo sigue su curso, aunque ahora damos la vuelta a la tortilla, y no es ya la Diputación la que de entre todos los candidatos debe elegir 98, sino que somos nosotros, los 98 seleccionados, quienes debemos elegir, debemos elegir qué puesto nos quedamos.
Como todo, esto también tiene su ritual, y ayer nos convocaron a una reunión, donde estábamos los afortunados ganadores de un billete en primera clase hacia un futuro profesional.
Aquella reuníón me trajo a la memoria aquellos procesos selectivos, donde un grupo de gente se enfrentaba a la posibilidad de obtener un trabajo, ataviados con su traje y sus miedos, mientras que yo ayer iba con mi certeza... y mi pantalón corto.
Tenía aquel regusto, aquella reminiscencia, pero poco más tenía de similar aquella reunión, donde nos dijeron qué papeles había que presentar, y lo que es más importante, nos entregaban el preciado listado de plazas a elegir, que debemos rellenar y entregar dentro de 2 semanas.
Las 98 plazas, que hay que ordenar por preferencia, siendo la 1 la preferida, y la 98 la que no quieres ver ni en pintura. Y luego ya, que te toque lo que te tenga que tocar. Las que no quiero ni en pintura son fáciles de determinar, (fuera de Bilbao o lejos de casa, Call Center, etc...) siendo más problemática la parte de elegir cuáles sí quiero.
Sé que no tengo que preocuparme de todas las plazas, que en el peor de los casos solo me podría tocar la que señalara en trigesimotercera posición, que de ahí para abjo es imposible que me toque. Pero es que bueno, la verdad, aunque me dijeran "coge una plaza y te quedas ésa", no lo tendría nada claro.
La decisión no es baladí, estamos hablando de mi futuro profesional, y me debato entre quedarme donde estoy, donde estoy francamente a gusto, o de cambiar (sería para ir a Hacienda), donde quién sabe qué podría encontrar.
Cambiar en sí mismo es un valor positivo, porque no quiero arriesgarme a anclarme y atarme de por vida al mismo puesto, y sé que eso puede pasar si me quedo ahora, que oportunidades como ésta para cambiar no van a sobrarme. Pero por otro lado, ahora mismo no siento que mi vida necesite cambios, no al menos en el terreno laboral. No tener nada de lo que huir hace que dé miedo el cambio. Sería más fácil estar a disgusto donde estoy, o no poder elegir. Obviamente, toda queja es gratuita, y es quejarse de vicio, pero el dilema está ahí. La tranquilidad de algo que conozco, o arriesgarme, lanzarme al vacío y ver qué sale.
"Si estás a gusto donde estás quédate" es un consejo sensato, sin duda, pero unido al miedo a acomodarme y jubilarme aquí, sin haber conocido más en la Diputación, está el saber que si de cara a un futuro quiero promocionar, tal vez no sea éste el mejor sitio (aunque no dejan de ser cábalas). Así que supongo que el señor corto plazo me dice "quédate" y el señor largo plazo me dice "¿y por qué no te la juegas? ¿acaso no te la jugaste cuando te marchaste de Vitoria?"
Dulce dilema, la verdad, pero dilema. Y 13 días para tomar una decisión.
Como todo, esto también tiene su ritual, y ayer nos convocaron a una reunión, donde estábamos los afortunados ganadores de un billete en primera clase hacia un futuro profesional.
Aquella reuníón me trajo a la memoria aquellos procesos selectivos, donde un grupo de gente se enfrentaba a la posibilidad de obtener un trabajo, ataviados con su traje y sus miedos, mientras que yo ayer iba con mi certeza... y mi pantalón corto.
Tenía aquel regusto, aquella reminiscencia, pero poco más tenía de similar aquella reunión, donde nos dijeron qué papeles había que presentar, y lo que es más importante, nos entregaban el preciado listado de plazas a elegir, que debemos rellenar y entregar dentro de 2 semanas.
Las 98 plazas, que hay que ordenar por preferencia, siendo la 1 la preferida, y la 98 la que no quieres ver ni en pintura. Y luego ya, que te toque lo que te tenga que tocar. Las que no quiero ni en pintura son fáciles de determinar, (fuera de Bilbao o lejos de casa, Call Center, etc...) siendo más problemática la parte de elegir cuáles sí quiero.
Sé que no tengo que preocuparme de todas las plazas, que en el peor de los casos solo me podría tocar la que señalara en trigesimotercera posición, que de ahí para abjo es imposible que me toque. Pero es que bueno, la verdad, aunque me dijeran "coge una plaza y te quedas ésa", no lo tendría nada claro.
La decisión no es baladí, estamos hablando de mi futuro profesional, y me debato entre quedarme donde estoy, donde estoy francamente a gusto, o de cambiar (sería para ir a Hacienda), donde quién sabe qué podría encontrar.
Cambiar en sí mismo es un valor positivo, porque no quiero arriesgarme a anclarme y atarme de por vida al mismo puesto, y sé que eso puede pasar si me quedo ahora, que oportunidades como ésta para cambiar no van a sobrarme. Pero por otro lado, ahora mismo no siento que mi vida necesite cambios, no al menos en el terreno laboral. No tener nada de lo que huir hace que dé miedo el cambio. Sería más fácil estar a disgusto donde estoy, o no poder elegir. Obviamente, toda queja es gratuita, y es quejarse de vicio, pero el dilema está ahí. La tranquilidad de algo que conozco, o arriesgarme, lanzarme al vacío y ver qué sale.
"Si estás a gusto donde estás quédate" es un consejo sensato, sin duda, pero unido al miedo a acomodarme y jubilarme aquí, sin haber conocido más en la Diputación, está el saber que si de cara a un futuro quiero promocionar, tal vez no sea éste el mejor sitio (aunque no dejan de ser cábalas). Así que supongo que el señor corto plazo me dice "quédate" y el señor largo plazo me dice "¿y por qué no te la juegas? ¿acaso no te la jugaste cuando te marchaste de Vitoria?"
Dulce dilema, la verdad, pero dilema. Y 13 días para tomar una decisión.
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