Parte de uno de los chistes con los que más me reí.
La verdad, me encuentro en el brete de hacer de improvisado crítico teatral, algo que no soy. Así que me limito a soltar someramente mis impresiones.
El título de la entrada es por la frase que acompaña a la obra teatral, "Las crónicas de Alain Telón", del actor y profesor mío de teatro Samuel Gibert. Titulo así la entrada, puesto que ya había una entrada con el título de la obra, y por no repetir. Además, es justo el epíteto, pues cualquier odisea es menor que la de llegar hasta ahí.
Alejado e inhóspito el sitio. El teatro La Hacería, ubicado en la península de Zorrozaurre, allá donde Cristo perdió la txapela. O mejor dicho, allá donde la grúa se llevó la txapela de Cristo cuando la dejó mal aparcada.
La obra, de un solo personaje, nos cuenta las desventuras de Alain Telón, un aspirante a actor que se ve absorbido por no sabe muy bién qué, y es transportado a un escenario, donde rompe la cuarta pared (pared que a lo largo de la obra derriba en más de una ocasión) y cuenta sus peripecias al público. La historia de cómo abandonó su pueblo natal, el surrealista y ficticio Banal, para irse a Ciudad Capital a ganarse la vida. Allí, una serie de peripecias, a cuál más psicodélicas, dan cuerpo a su aventura.
Tras un principio que me recordaba a la Cabina de Mercero, pasa a hablarnos de Banal, lo que para mí es la parte más graciosa de la obra. Un pueblo tan irreal como absurdo, en el que las cosas no parecen tener sentido, pero sin duda sí tienen gracia. Ahí mete algún chiste, de humor negro (hay un par de incursiones en el humor negro, y unas cuántas más en el marrón), que me arrancó de cuajo la carcajada.
Tampoco voy a contar aquí la obra entera, pero sí diré que me divertí. Como pega, que siempre hay que poner alguna, que alguno de los chistes los mataba al explicarlos demasiado. O al menos eso me pareció. En todo caso, un divertido plan alternativo para una tarde de domingo. ¡Y en 3D!.
Salvo por el arroz escupido...
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