Gandalf también cogía trenes de alta velocidad.
Había dejado el relato en la última tarde de París, que básicamente consistía en hacer tiempo hasta la noche, y tan cansados estábamos que cada vez que cogíamos el metro, dejábamos pasar trenes y estaciones por el puro cansancio que nos impedía levantarnos. Pero entre vagancia y partidas de tute llegaron las 22:50, hora en la que tocaba coger el último tren. No a Londres, como dice la canción, sino a...
París-Irún: "Donde subsistimos a base de latas de atún".
Hacer noche en el TGV era la opción más rápida, pero no la más cómoda, pero el destino fue generoso con nosotros y dejó que hubiera sitios libres y pudiéramos dormir espatarrados el tiempo del trayecto que nos acercaba a nuestra meta. El frío del aire acondicionado lucha ferozmente con el sueño, haciendo que dormir más de 20 minutos seguidos sea una quimera.
Aquí hacemos la última ñapa, ya que el tren teóricamente solo nos llevaba hasta Hendaya (Irún, al no ser Francia, no lo cubría Interraíl), pero cuela sin problemas.
A las 7 de la mañana estábamos en Irún, cansados y hambrientos, pero oir en la cafetería de la estación una de las canciones del verano de 2002 (concretamente "Por debajo de tu cintura" de Agüita Salá) nos confirma que ya estamos en casa.
Ya solo un breve trayecto nos separaba del Monte del Destino, donde se forjó este viaje y donde debía terminar:
Irún-Bilbao: "Colorín, colorao, este cuento se ha acabao".
Y así concluía uno de los mejores viajes de mi vida, del que volví con 7 kilos menos, 3 semanas más de barba y una experiencia vital inigualable y sin duda inolvidable. En él, hubo cosas buenas y hubo cosas malas, pero sin lugar a dudas el balance fue completamente positivo.
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