Vamos al gimnasio, señor Frodo.
Consecuencia directa de mi cambio de domicilio es que ahora el gimnasio al que voy me pilla más lejos. No es una diferencia insalvable, pero quizás sí significativa si tenemos en cuenta que la cercanía fue criterio fundamental al elegir ese gimnasio y no otro, ya que la comodidad al ir es algo muy importante.
Así pues, una opción lógica sería darme de baja y apuntarme a otro que me pille más cerca de mi nueva casa, pero el problema es que estoy a gusto en ese (todo lo a gusto que se pueda estar en un sitio al que a uno le hacen levantar peso y sudar hasta la extenuación) y me da penilla.
Y no solo eso, sino que si me doy de baja ya sé lo que pasa, que me encontraría con que es noviembre, no me he apuntado a ninguno y simplemente he dejado de ir al gimnasio. Sin embargo, ese peligro también está permaneciendo y cayendo ante la pereza de andar algo más.
De momento, seguiré este mes, y luego ya veremos.
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