Solucionando los problemas con un poco de mano izquierda.
El piso que me he comprado recientemente está amueblado, pero hay muebles que me quiero quedar y otros de los que me quiero deshacer. En la segunda categoría está el mueble del armario, que es más o menos elegante y seguro que en su día debió de costar una pasta, pero que no lo quiero y prefiero cambiarlo por uno más funcional.
El tema es que venderlo no puedo, pues nadie me lo va a querer comprar, y las empresas que se dedican a retirar muebles viejos me cobran, lógicamente, por llevárselo, de modo que prefiero llamar al Ayuntamiento y que me lo retiren gratis.
Pero claro, ellos me lo vienen a recoger al portal, no a casa. Y ese mostrenco no solo no cabe ni en el ascensor ni en el hueco de la escalera (por no caber no cabe ni por el pasillo), sino que aunque cupiera no lo podría mover. Eso significa una cosa: hay que desmontarlo y bajarlo por piezas.
Así pues, he empezado con paciencia y un destornillador, con la idea de ir desmontando poco a poco las puertas. Pero cuando llevaba 10 minutos peleándome con el mismo tornillo he desviado mi mirada a la caja de herramientas, en busca de métodos más drásticos.
El martillo elegido no solo hacía el proceso de desmontaje mobiliario más rápido, sino también mucho más divertido, y en unos pocos minutos ya tenía casi todo en tablas. No es tan elegante, pero sí más eficaz.
La putada, algo con lo que a ver cómo lidio, un manchón de humedad que ha dejado al descubierto la retirada del armario. Pero eso será tema para otro episodio.
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