¿Es aquí lo de hacer llorar a adultos como si fueran niños?
Aunque la tercera parte de la entrega me encantó, debo admitir que era un poco escéptico con esta cuarta, ya que el cierre que le daban en aquella eran tan perfecto y tan redondo que cualquier secuela que introdujeran solo parecía un innecesario querer estirar el chicle.
Por otra parte, salvo patinazos puntuales, esa banda criminal de psicópatas emocionales a los que les gusta jugar con nuestros sentimientos llamada Pixar tiene a bien hacer de sus películas obras maestras y se merecía un voto de confianza.
Y zas, la primera en la frente. No llevábamos ni cinco minutos de película, ya tenía la lagrimilla colgandera amenazando con salir. A partir de ahí, una película de aventuras muy divertida, repleta de momentos tiernos y simpáticos, sin concesiones al aburrimiento y plenamente disfrutable, pero sin ese toque emotivo que uno se puede temer.
Los cojones treintaytrés. Cuando uno está relajado pensando que esta vez Pixar ha venido en son de paz, el monstruo saca las garras y planta un final que hace contacto con la patatita que tenemos para bombear la sangre y ala, a sacar los kleenex. Llorera al canto.
Pixar lo ha vuelto a hacer. Y si tuviera que elegir cuál es mejor creo que me sigo quedando con la tercera (Lotso era mucho Lotso), pero esta le sigue muy, pero que muy de cerca.
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