Ayer se celebró eurovisión, una edición que será recordada entre otras cosas porque España quedó tercera y por no sé qué de un grupo gallego que no salió, yendo en su lugar una tal Chanel, para que al final, y para sorpresa de nadie, terminara ganando Ucrania.
Pero a mí eso me daba igual, y es que lo que me importaba no era tanto Eurovisión en sí (no sabía quién participaba ni me importaba lo más mínimo) sino el eurotxupito, fiesta que llevábamos sin celebrar desde 2019, y que tenía ganas, en tanto que supone juntarme con mucha gente a la que solo veo ese día.
El sorteo no fue especialmente generoso conmigo (solo bebí cuatro chupitos), pero tampoco ha sido de los más atroces, que no recuerdo qué año fue, pero hubo una ocasión en la que me tocaron literamente cero.
Lo que sí conseguí fue cumplir mi propósito de llegar a las votaciones sin ver ni una sola de las actuaciones, porque encima no pude llegar hasta las 23 y luego tuve que ausentarme para cenar, de modo que aparecí básicamente para las votaciones. Pero es que era eso lo que me importaba.
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