El cartel ya es un homenaje al grindhouse.
Comedia de zombis con reparto de campanillas, con muchas caras conocidas y un claro tono de homenaje a los clásicos. Completamente autorreferencial, y a veces aporreando sin disimulo la cuarta pared, esta película nos lleva al ficticio Centerville, un tranquilo pueblo de la América profunda, cuya atmósfera es tan importante o incluso más que los propios zombis. Un sitio muy tranquilo, en el que nunca pasa nada hasta que un extraño fenómeno provocado por el fracking en el polo hace que la rotación terrestre se altere, los días sean artificualmente más largos... y los muertos se levanten de sus tumbas.
Los muertos no mueren es humor, pero no es un humor de despiporre y masacre zombil (también hay de eso, ojo), sino que a veces juega con un humor más fino, a veces negro, un poco de hermanos Coen, generando una atmósfera que asemeja una caldera a punto de explotar, con un uso de la música country que juega también un papel muy importante.
Llena de guiños y referencias (atención al llavero del personaje interpretado por Adam Driver), juega a manejar los clichés del género hasta ir bajando gradualmente a la psicodelia y mostrar su obvia admiración por el cine de los Monty Python, pero aquí creo que ya estoy hablando demasiado.
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