El soldado de la derecha sospecha, astútamente, que Amicia trama algo.
La inteligencia de los personajes de videojuego o, mejor dicho, la falta de esta, suele ser un tema recurrente cuando se habla de estos, y hoy toca el turno a una IA un tanto chapucera de un juego que, si bien es una maravilla en casi todos los sentidos, en este apartado tiene algunos patinazos bastante graciosos.
El juego en cuestión es A Plague Tale: Requiem, secuela del maravilloso A Plague Tale: Innocence, y es justo decir que mantiene, y a veces incluso supera, el nivel de su predecesor. A veces puede resultar un poco repetitivo, pero la historia es interesante, introduce alguna mecánica nueva y gráficamente es una pasada. Pero los enemigos, ay los enemigos...
La cuestión es que es un juego en el que la infiltración y el sigilo juegan un papel importante, ya que nos pone en la piel de una muchacha que tiene que infiltrarse en las filas de peligrosos soldados armados, y si bien ya no es la doncella indefensa del primero (de hecho hay veces en las que uno diría que la primera causa de muerte en la Francia del S. XIV era "Amicia de Rune"), seguimos estando en desventaja, ya que los enemigos son numerosos y los recursos limitados.
Bien, pues hallábame yo colándome a hurtadillas en una fortaleza, cuando de repente un paso en falso hace que me descubran, y me vea rodeada por 4 guardias, así que rápidamente tiro un frasco incendiario sobre uno de ellos, que empieza a arder. Aprovechando la confusión, corro a esconderme al seto más cercano, uno que estaría literalmente a menos de 5 metros del lugar.
Lo cómico empieza cuando, al perderme los soldados de vista, dejan de buscarme, y con su compañero aún envuelto en llamas y retorciéndose de dolor, uno de los guardias exclama "creo que he oído algo". ¡Bravo, Sherlock!
Pero no acaba ahí la cosa, pues un rato más tarde, ese mismo guardia vuelve, y al ver el cadáver completamente calcinado de su compañero, pero fiel a su programación, le espeta "eh, tú, levántate y deja de hacer el tonto". Evidentemente nunca ingresó en la facultad de medicina.
Que sí, que el juego es una gozada, pero el ataque de risa y disonancia ludonarrativa de ese día ya no me lo quita nadie.
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