miércoles, 29 de noviembre de 2023

Glasgow: día 4

Escocia, volveré.

Todo tiene su fin, y mi viaje a Glasgow no era la excepción. Pero eso no significa que el jueves no hiciera cosas, y eso que aproveché para dormir casi hasta las 10 (y porque había que desayunar, que si no, no me levanto de la cama hasta el checkout).

Abandonado el hotel, me fui a la ribera del Clyde, pero en sentido Este, para llegar hasta donde supuestamente estaba el monumento a Dolores Ibarruri, aunque debía de estar cerrado o trasladado, porque no vi nada. Sí una catedral que me pareció bonita y algo raro en Escocia: un cielo azul. 

Por la cosa de ir sin prisas, voy con margen al aeropuerto (diez libras me zumbaron por el autobús), y espero algo más de lo previsto, pues el avión tenía media hora de retraso, así que aprovecho para comer algo.

Llego sin mayores incidencias al aeropuerto Amsterdam sobre las 16 de la tarde, y dado que mi siguiente vuelo es a las 20:30, me cojo el tren, para dar un paseíllo por la ciudad. El paseo es corto, pues el tren tarda en aparecer más de lo previsto, y para la vuelta quería ir sin margen, estando sobre las 18:30 en el aeropuerto.

Y menos mal, porque cuando estoy en el andén esperando al tren para Schipol (no recordaba la estación de tren de Amsterdam tan caótica), anuncian en el panel que cancelan el tren al aeropuerto. Controlemos el pánico, que no son ni las 18:00. Respiro con calma y veo que hay otro a las 18:10 en el andén de al lado. Salto de fe y a esperar.

A las 18:00 aparece un tren, sin nada que indique a dónde va, pero por fuerza tiene que ser el del aeropuerto. Gente con maletas entra en rebaño al tren, debe de ser ahí. Una vez dentro, el operario me confirma que va a Schipol.

Me siento y espero.

18:05, 18:10, 18:15, mierda el tren debería haber salido ya... 18:20, sudores fríos... A las 18:25 se pone en marcha y una jerigonza habla por megafonía. Un discurso en un inglés inaudible. Salta en español, y cito textualmente: "el trensito tiene un retrasito de doce minutitos". Lucho contra la risa.

Llego bien al aeropuerto, y aunque es grande y me pierdo un par de veces, apenas hay cola en el control de pasajeros y me planto en la puerta de embarque con un generoso margen de 50 minutos. Espero y el avión me lleva de vuelta al aeropuerto Bilbao, donde me vuelvo a encontrar con los conocidos del partido y, compartiendo taxi, vuelvo ya a casa.

Una bonita experiencia y ganas de repetir.

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