jueves, 10 de agosto de 2023

Megalodón 2: La fosa

Siempre hay un pez más grande.

Es de justicia valorar las películas en su justa medida, y tener muy claro qué es lo que les pedimos y qué podemos esperar de ellas, pues es lo que de verdad nos sirve para valorarlas. Y en este caso mi veredicto es que Megalodon 2 da lo que tiene que dar, pero poco, ya que tarda muchísimo en arrancar, y reduce a media hora larga lo que para mi gusto debería haber sido el leit motiv de la película: un carrusel de despropósitos y sinsentidos, con tiburones gigantes comiendo gente.

En esta ocasión, la historia comienza en una estación oceanográfica, propiedad de un muchimillonario que entre otras cosas tiene como mascota una megalodona, a la que adoptó cuando era una megalodoncita huérfana (todos sabemos cómo va a acabar esto), y cuando deciden hacer una excursión al fondo marino, a 7000 metros de profundidad, se topan con un peligroso ecoterrorista internacional, haciendo sus cosas de ecoterrorista internacional, y cuando ve que le van a pillar hace explotar el submarino del muchimillonario. Pero no contaba con que en ese submarino viajaban la sobrina adolescente del muchimillonario y Jason Statham, lo que hace que quedarse sin submarino en el fondo del mar no sea sino un leve contratiempo, así que hacen lo que haría cualquiera cuando se le jode el coche: ir andando a la gasolinera más cercana. En este caso no es una gasolinera sino una estación submarina abandonada, pero lo de que van andando es literal.

Llegan allí, tras perder un par de secundarios prescindibles por el camino, y en la base, tras superar un par de puzzles y varias pruebas mortíferas, logran salir a flote, pero no sin que antes Jason Statham se haya partido la cara con el ecoterrorista internacional, que pasaba por ahí (imagino que habría parado a mear, o algo). Entre tanto, intercalan algún ataque de megalodones, que hay que justificar el título de la película, y en una lección de etología escuala nos demuestran que no importa que sean criaturas abisales, atacan a cualquier fuente de luz, cual mihura a trapo rojo, parezca comestible o no.

El caso es que logran hacerse con una cápsula y salir a la superficie, y el ecoterrorista, como quien se agarra al parachoques trasero del coche, con ellos agarrado al submarino. ¿Qué son 7000 metritos de nada?

Ya en la base, donde se ha descubierto que el ecoterrorista la había llenado de sicarios, los amigos graciosos de Jason Statham, que ahora son superexpertos en pelea, a lo Fast&Furious, logran evitar que los maten, intercalando palizas a malos con chistes terribles.

Vale, muy bien, ¿dónde están mis megalodones? 

Tranquilos, que ahora empieza lo bueno. De un modo similar a lo que ocurría en la primera película, la incursión por el fondo del mar hace que no uno sino varios megalodones se animen a visitar la superficie, y se les une a la fiesta un kraken, seguramente porque no tenía nada mejor que hacer.

Y ahora es cuando empieza la película de verdad, porque en su huida del ecoterrorista, Jason Statham y sus amigos van a parar a... Isla Diversión, un lujoso resort, cuyo nombre es toda una declaración de intenciones, y cuyos habitantes son un bufet libre para megalodones y krakens. Pero por si eso fuera poco, se descubre que en esa isla hay dinosaurios (porque patata), de modo que tanto la costa como el interior son peligros mortales, y si a eso le sumamos los sicarios del ecoterrorista disparando, pues toda una amenaza... o lo sería si no fuera porque se enfrentan a Jason Statham, que logra torear a los megalodones montado en su moto acuática, arponearlos e incluso matar a uno con la típica hélice de helicóptero que usaría cualquiera como arma de mano.

Cuando todo parece resuelto, se encuentran con un último escollo. ¡Queda un megalodón vivo! Pero eh, un momento... este megalodón no es feo, no tiene cicatrices. Efectivamente, es la megalodona mascota, que cual perrete fiel ha estado ayudando a los personajes en su batalla contra los malos, pues si algo sbe cualquie oceanógrafo, la lealtad es una característica propia de los megalodones.

Con esto termina esta historia, cuya última media hora es un absoluto disparate, pero que me deja la pena de que no hubiera sido así desde el principio.

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