lunes, 25 de noviembre de 2024

Gladiator 2

Mescal se frota las manos, pensando en el libro de Historia que se va a follar hoy.

Alguna vez he comentado lo que opino del epíteto innecesario, que tan libremente se usa para referirse a las secuelas, cuando en realidad casi todas lo son. Pero si hay una a la que le pueda encajar es precisamente Gladiator 2, la continuación de la icónica película de hace 24 años que en realidad quedaba perfectamente cerrada con su desenlace. Pero innecesario es casi todo en esta vida y en cine lo importante es que la película sea divertida.

Obviamente no está a la altura de la original, pues esta le lleva 24 años de ventaja, en los que se ha convertido en una leyenda del género, pero es verdad que las 2 horas y media que dura se pasan volando. Ahora bien, es un despropósito mayúsculo y el esperable carrusel de desprecios al rigor histórico que cabía esperar.

Ya la cosa empieza con unos romanos invadiendo Numidia en el año 200, bajo el mandato de Geta y su hermano tonto, Caracalla, y capturan Jano a un cabecilla local, que resulta ser el protagonista, tras una batalla, tan divertida y efectista como absurda. Jano y su amigo Jugurta, que para llevar tres siglos muerto no se conserva tan mal, acaban como esclavos en Roma, aunque Jugurta se muere (el hombre ya tenía una edad).

Si la película se hubiera llamado Butanero 2, habrían puesto a Jano a repartir bombonas por los aledaños del Tiber, pero como se llama Gladiator lo tienen que poner a pegarse con lo que sale en la tabla de encuentros aleatorios, con cosas como tiburones blancos, un señor montado en rinoceronte o una manada de hombres-lobo. Cosas así como muy romanas.

Jano se pasa todo el día enfadado, pues le tiene mucha inquina a Acacio, el general romano que invadió su ciudad, mató a su mujer y lo vendió como esclavo. Aquí uno podría pensar que Jano es un poco radical y no sabe aguantar una broma, pero es cierto que era un poco ridículo que Acacio, sabiendo quién era Jano, lo mismo podía haber quedado con él para tomar un café y hablar las cosas. Ah, que el café no se introdujo en Europa hasta varios siglos más tarde y sería anacrónico, claro. No como lo del señor de la India que fuma porros (sic) y está casado con una señora de Londinium, las ballestas o los niños jugando a fútbol en Egipto. Eso no es anacrónico en absoluto.

Pero decía que podían haber quedado para hablar. ¿De qué? Pues resulta que el tal Acacio no es tan malo y en realidad es el padrastro de Jano, que es hijo de Máximo Décimo Meridio y la hija del emperador Mario Aurelio, lo que le confiere derechos dinásticos y convierte a Jano en el legítimo emperador de Roma (cerebro, calladito estás más guapo). 

Aunque lo de ser heredero se complica cuando hay no uno sino dos ocupando el trono. Geta y Caracalla, que aquí el dúo sacapuntas de la Roma imperial, pero con más mala baba. De esos que para divertirse organizan juegos con gladiadores, ejecuciones públicas y catas de Cruzcampo. Por eso hay una conspiración de romanos buenos que quieren derrocar a esos aviesos tiranos y hacer de Roma una democracia moderna y consolidada. 

Sin embargo, los Caracalla brothers no son los verdaderos villanos de la función. Ese es Macrino, el dueño de Jano, que conspira para hacerse con el poder y se carga al hermano menos tonto (diría el más listo, pero el nivel da para lo que da), haciendo que Caracalla mate a Geta y poniéndolo como títere. Y, de hecho, lo primero que hace Caracalla es nombrar cónsul a un mono (esto va de que Ridley Scott se leyó la biografía de Calígula mientras estaba a otras cosas y se lio) y dar poderes absolutos a Macrino, que es tan malo que para celebrarlo no hacen el saludo romano sino que se pasan directamente al saludo nazi.

Entre tanto, Macrino desbarata la conspiración de Acacio y lo manda a morir a la arena. Su idea es que se pegue con Jano y este lo mate, pero como pasan más de cinco rounds sin cadáver, se ahorra el papeleo y lo abate con un flechazo.

Jano, que como ya dijimos no sabe aguantar una broma, se encabrona y la cosa acaba con una épica pelea entre Jano y Macrino en el Tiber, con Jano siendo aclamado como nuevo emperador de Roma, lo que supongo que lo convertiría en... ¿Heliogábalo?

La película muy divertida, pero lo cierto es que el nivel de burradas históricas llega a ser tal que no me habría sorprendido ver ahí al Rey Arturo o a los tres mosqueteros.

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