Una cierta morriña, producto sin duda del síndrome postvacacional, me hizo dar vueltas a la cabeza y a recordar que no todo tiempo pasado fue mejor, y que hay cosas peores que volver a trabajar cuando se te acaba las vacaciones, como por ejemplo, que se te acaben las vacaciones y no tengas un trabajo al que volver. Esa sensación de vacío, de volver a la nada, que por suerte ahora, por mucho que me reviente madrugar, al menos de momento, no padezco, pues soy y me siento afortunado con mi trabajo.
Pero no siempre fui así, ya que, al margen de mi
etapa de abogado, como ya adelantara en
esta entrada, hubo otras historias, algunas de las cuales merecen ser contadas.
Y ya, sin más preámbulos, paso a contar la desgarradora historia de...
¡El vendedor de seguros!
Las cosas no iban muy bien. Acababa de abandonar el despacho del vil Pedro y tenía el suficiente poco volumen de trabajo como para que el exceso de tiempo libre se empezara a notar, y por otra parte, lo de tener 26 años y una absoluta carencia de ingresos fijos empezaba a hacer mella en mi moral y en mi cuenta corriente. Así que, sin renunciar a mi idea de seguir ejerciendo la abogacía, comencé a buscar otras posibilidades laborales, bien para lograr un dinero con el que en un futuro montarme el chiringuito, bien para compatibilizar ambas tareas, y me puse a buscar.
Miré varias cosas, y aunque estuve a punto de aceptar la de Círculo de Lectores (era joven y necesitaba el dinero, nunca una excusa fue tan adecuada) la que mejor pinta tenía era la de la prestigiosa aseguradora Axa. En el anuncio pedían "asesores financieros", y como un servidor, además de Derecho cursó algunas asignaturas de económicas, envié mi Curriculum, a ver qué pasaba, cuando para mi sorpresa y alegría, me llaman al día siguiente para una entrevista. Y aunque nunca se me dieron muy bien las entrevistas de trabajo, allí me planté, ataviado con mi traje cual armadura y blandiendo mi CV cual espada justiciera, y con los inevitables nervios de quien se enfrenta a una prueba por conseguir un puesto de trabajo.
Me recibe una señora, de nombre Olga, que era la que manejaba todo el cotarro, y me explica (además de que Axa es la hostia, la rehostia y la requetehostia) que el trabajo consiste en vender seguros, pero algo orientado a la formación personal y profesional, algo que ellos llamaban el PDP (plan de desarrollo profesional) mediante te forman durante dos años, para que al final de esos dos años, si eres válido, te montan tu propia oficina de Axa y entonces puedas vivir de tu propia cartera de clientes, pero mientras tanto te forman y para que sigas te pagan un sueldo, una cantidad que me pareció bastante aceptable, pues creo que hablaban de 1800 €/mes, que aun siendo brutos y descontando Hacienda y Autónomos, sigue siendo algo bastante decente.
Obviamente la oferta suena de maravilla, así que cuando me citan para el examen psicotécnico y demás pruebas, voy raudo y veloz. El psicotécnico me parece bastante fácil (bien es cierto que nunca se me han dado mal del todo) y en la dinámica de grupo me encuentro bastante cómodo, especialmente cuando me notifican que he pasado las pruebas y que estoy dentro. ¡Yuhu!
Al día siguiente, cuando empieza el curso, ya me llama la atención el hecho de que todo el mundo que estaba en las pruebas esté en el curso, pero yo en mi candidez lo que pienso es que lo hicimos todos bien, y bueno, empieza el curso, que comienza con una exposición sobre la empresa, cifras, datos, autofelaciones varias... Axa por aquí, Axa por allá, culminando con un señor trajeado, director comercial de Zona, o algún título rimbombante parecido, que nos felicita por haber llegado hasta ahí, y por estar ante la gran oportunidad de nuestras vidas, que parecía aquello que hubiéramos entrado en la Academia de Operación Triunfo, lo menos.
El curso, bastante árido, se reduce a una exposición del catálogo de Axa, donde nos hablan de sus productos, sus seguros, sus fondos de inversión, donde nos dejan bien claro que son los mejores, aunque sin llegar a decir por qué son mejores que los de otras empresas. Pero bueno, si nos lo dicen a nosotros, que somos los elegidos, será verdad, ¿no? También algo de técnicas de venta, y venta agresiva, que podrían parecer sacadas de un manual barato de vendedor ambulante, pero podría parecerlo, que aquí son los mejores y solo trabajan con los mejores. Al menos eso nos repetían constantemente.
Avanza el curso y se va sucediendo un goteo, algunos se van yendo porque encuentran otros trabajos (¡pobres locos, tener esta oportunidad e irse a otro sitio!) y nos vamos quedando 4 gatos. También nos enteramos de que una semana después que nosotros empezó otra tanda, pero que a ellos los han mandado a hacer el curso a Segovia, con gastos pagados. ¿Y nosotros? ¿Es que no nos quieren?
Empiezan a verse los puntos oscuros. Ya cuando le pregunto a la encargada de selección sobre qué criterios usaron para seleccionarnos o no, me responde de forma totalmente abstracta y me quedo igual que al principio. Nos hablan, cosa que en la entrevista olvidaban comentar, que hay que vender unos mínimos cada mes, así como luego dejan caer que cobrar el sueldo fijo está condicionado a vender esos mínimos. "Pero no os preocupéis -nos dicen- que si no llegáis pero os quedáis cerca también cobráis, algo menos pero cobráis". Así que cuando le pregunto, "ya, ¿entonces, si para cobrar 1800 tengo que vender 3000, pero si vendo 900 me vais a pagar 1500, qué diferencia hay entre eso y que sea a comisión?" me responde "no es exactamente así, se mira caso por caso cuánto se ha vendido y se paga según veamos". (Traducción: Si vendes 2999 euros nos reservamos el derecho a no darte un duro).
Por otra parte, nos empiezan a dar cada vez más caña, y las reuniones, en las que ya coincidimos con comerciales que llevan algo más de tiempo (un par de meses algunos, años otros) y ahí vemos cómo se les exigen resultados, igual que a los niños se les exigen los deberes el lunes a la mañana "A ver, Fulanito, ¿cuántos seguros de vida has vendido este mes? ¿solo esos? Ay Fulanito... a ver si este mes no vas a cobrar..." Y también nos amenazan con que al principio no van a ser muy quisquillosos pero que pronto nos iban a empezar a pedir resultados.
Todo esto, sin duda, con la sonrisa en la boca, el buen rollo, haciendo piña, yendo a tomar potes juntos, organizando cumpleaños y cenas... pero no podía evitar sentirme agobiado, y eso que aún no había llegado a empezar. Por otra parte, como abogado tenía poco trabajo, pero lo tenía, y aunque quería compatibilizar ambas cosas, mis prioridades las tenía claras, y no lo ocultaba. Tal vez ese fue mi error, o quién sabe si mi acierto, pues cierta mañana la jefa me llama a su despacho, desprovista de su habitual careta de simpatía, y tras preguntarme cómo me veo en el trabajo, no le miento y le digo que confuso y desorientado, me dice "creo que este no es tu sitio, tú buscas otra cosa, lo que quieres es ejercer la abogacía y tienes esto como segundo plato, y es una pérdida de tiempo para ti y para nosotros que sigas aquí". Un "tienes razón, es exactamente eso" es mi sincera respuesta. No se lo dije, pero me sentía encerrado en una cárcel en la que ni siquiera había llegado a ingresar, y aquello era el empujón que necesitaba para marcharme de un sitio en el que no quería estar, y me vino muy bien porque admito que a mí me habría faltado el valor necesario para decir "me marcho, no quiero esto para mí".
Así y todo, me gusta irme a buenas de los sitios. Esto era un jueves y al viernes siguiente había una cena de empresa, con los que, por breve espacio de tiempo, habían sido mis compañeros, incluyendo a los que empezaron conmigo, y qué mejor forma de despedirme que en la cena. Pero la jefa me pidió expresamente que no fuera, ya que para ellos o se está dentro o se está fuera. Así que me fui por la puerta de atrás, pero con una enorme sensación de alivio, por dejar atrás ese mundo de llamar a puertas, telefonear a desconocidos y atosigar a familiares y amigos mendigando una póliza.