Ya sin el bullicio.
Hoy es un día triste en el trabajo. No dramático, pero sí triste. Nada es eterno, y el día que sabíamos que iba a llegar, el día en el que la gente del traslado se tendría que marchar, era hoy. El lunes empezarán en sus nuevos puestos, y la oficina estará mucho más silenciosa, con un montón de huecos vacíos.
Es cierto que me queda el consuelo de no ser yo quien se va, y mucho más consuelo es que no se van a la calle, que simplemente se van a otros departamentos, lo que en estos tiempos que corren es algo francamente positivo. Pero al cabo del día pasamos mucho tiempo con los compañeros de trabajo, más horas al cabo de la semana que con familia y amigos, y con algunos han sido ya bastantes años compartiendo madrugones, marrones, chascarrillos, animados debates, oposiciones...
Y nada de esto es nuevo. En los años que llevo trabajando he visto ir y venir a mucha gente, y sé que en los que me quedan, que son muchos más, seguiré viendo ir y venir mucha gente, pero a los que se van hoy, y en especial a los más cercanos, sí que los voy a echar de menos. Y si por un casual leen esto, creo que saben que va por ellos.
Así debió de sentirse Frodo cuando se disolvió la Compañía del anillo.
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