Una lonchita de carne.
Ayer me tocó, y tan a gusto que fui, acompañar a mi señora novia a una boda, de un compañero suyo de trabajo, siendo la comida y posterior festejo en el Antzokia (sí, por raro que suene) y luego en el Memorial. La cosa estuvo bastante divertida, y además el azar quiso que me volviera a encontrar, 22 años después con una persona que en el pasado significó mucho, y que fue una gran alegría volver a ver. También, para seguir con la media de "2 conocidos por boda", un chico que tenía sentado al lado resultó ser amigo de uno de mi lonja. Todo quedaba en familia.
Por lo demás, como viene siendo habitual en bodas, pues comida, mucha comida, demasiada comida... tanto que hoy casi no he pegado bocado. Y bueno, que como la cosa empezó pronto, para antes de la 1 ya estaba en la cama. Pero el rato que estuvimos, estuvimos muy a gusto.
A la caza del pato rebelde.
Y como me acosté pronto, eso me ha permitido hoy madrugar para acudir a la segunda estropatada, el Wopato, que ha quedado un tanto deslucida al no haberse podido tirar todos los patos a la ría, aunque a diferencia del año pasado, la cola de entrega de patos ha sido netamente más ágil, y hemos podido salir de ahí con nuestros simpáticos patos de goma.
Para acabar el fin de semana, he aprovechado también para pasar por mi ex-domicilio a recoger las últimas cosas que faltaban y a dejar en el buzón la llave para devolvérsela al casero y desvincularme ya definitivamente de la añorada Chezgarcía.
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