lunes, 31 de octubre de 2016

Que Dios nos perdone

Dos actores en estado de gracia.

"Esta película, aunque no se le parece, tiene un algo que me recuerda a Stockholm", pensé al verla. Y hoy veo que es del mismo director, Rodrigo Sorogoyen, que esta vez se lanza al thriller policiaco, dándose el lujo de tener a un inmenso Roberto Álamo que devora la pantalla a bocados y un siempre excelente (aunque aquí difícil de soportar) Antonio de la Torre, que entre sus muchas virtudes tiene la de saber hacer brillar a sus compañeros de reparto, como ya hiciera con Luis Callejo en "Tarde para la ira".

Aquí la cosa va de dos insepctores de homicidios en Madrid, uno con un carácter arrollador y tendencias agresivas y el otro más introspectivo, y con una grave tartamudez, que tienen que lidiar con algo tan truculento como un asesino de ancianas, una trama que hace que la película sea muy sórdida, muy violenta, muy cruda, y desarrollada en ambientes muy cotidianos, lo que la hace más creíble. 

Tal vez no sean demasiado creíbles algunas de las cuestiones de resolución de la trama, algunas cosas casi parece que sucedan por casualidad, pero no termina de emborronar la película, que fluye con muchísima agilidad, hacia un final que resulta brutal y paradójicamente seco (quien la haya visto entenderá lo de "paradójicamente") y que funciona bien. Además, cuenta con un villano que resulta verdaderamente asqueroso a ojos del espectador, lo cuál es mérito del actor, al que al principio costaba reconocer.

Una pega que sí le pongo es en el aspecto sonoro, donde peca de querer dotar de intensidad al thriller recargando tanto el sonido que hace que cueste hasta entender algunos de los diálogos, y esto pasa en más de una ocasión. 

Esto sí le baja algo la nota, pero en general es alta.

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