sábado, 11 de agosto de 2018

Megalodon

El pez grande se come al chico y Jason Statham se los come a todos.

Me gustan las películas que son honestas, y es el caso de Megalodon. He ido al cine con la esperanza de encontrarme un bodrio palomitero de verano y me ha dado exactamente lo que esperaba de ella: un absurdo blockbuster en el que la física y la biología son cruelmente maltratadas y donde la mayor amenaza no es el bicho sino la incompetencia de unos personajes que se merecen lo que les pase. Un dinero bien invertido, pardiez.

Esto va (con spoilers) de que unos oceanógrafos (o unos gilipollas con dinero) se dedican a explorar el fondo del mar, para buscar las llaves o a la Sirenita y encuentran una especie de subfondo marino, donde algo les ataca. Ese algo es un tiburón gigante de 25 metros de largo cuya capacidad de morder es superior a la presión que ejercería el agua a esos 11000 metros de profundidad, porque destroza batiscafos preparados para ello como quien revienta plástico de burbujas.

Por suerte por ahí pasa Jason Statham, y entre su audacia y el juego de luces (ya se me hace raro que viviendo en esa oscuridad no sea ciego, pero bueno) consigue salvar a casi todos. Pero han abierto paso, de modo que el megalodón, como haría cualquier animal, abandona su cómodo hábitat natural para irse a buscar la vida a la superficie, donde no tiene la comida que le gusta. Etólogos marinos, me vayan pidiendo hora para reservar el rincón de llorar.

Entre el tiburón y la incompetencia de los protagonistas, consiguen matar al bicho, pero tras un ejercicio de "os merecéis lo que os pase", se descubre que había otro aún más gordo y listo (el tiburón demuestra más inteligencia que los supuestos especialistas, podría plantearse echar el CV, que igual le cogen) y sigue el correquetepillo (nadaquetepillo, más bien), hasta que el escualo se da cuenta de es un tiburón y está en una película, así que se tiene que ir a la playa a sembrar el caos. Lo de estar acostumbrado a vivir en aguas profundas y meterse donde un niño haría pie le resulta secundario.¿Quién quiere comer ballenas cuando puede comer bañistas? 

Ahí empieza la feroz pelea entre el tiburón y Jason Statham, que primero intenta derrotarlo desde el submarino, hasta que se le inflan los cojones y finalmente se baja del submarino para matar al bicho con sus propias manos. Bueno, usa un arpón, pero porque le apetece. Si no, a guantazos castellanos.

Y eso es básicamente la película: un divertido truño veraniego. Que a veces también hacen falta.

No hay comentarios: